A veces, es mejor guardar silencio,
reflexionar sobre la naturaleza
de las emociones y de los sentimientos.
A veces, es mejor tomar distancias
porque hay cosas que se ven mejor de lejos.
A veces, ni siquiera hay preguntas que formular
-porque no es tiempo- ni hay que buscar respuestas
para lo que no tiene remedio.
Hay veces que hay que hacerse de prudencia,
para no tener que arrepentirse luego.
Cuando el alma se emborracha de la rabia,
de la ira, del rencor y el desespero;
es mejor poner freno a las palabras,
que producen heridas a diestro y a siniestro.
Cuando el cielo amenaza con tormenta
conviene, cuanto más, estar sereno.
Porque hay palabras tan peligrosas como armas,
de filo mucho más duro que el acero
y, aunque no dejan manifiestas llagas,
su daño suele ser más duradero.
A veces, es mejor guardar silencio
y aceptar los hechos como hechos.
A no ser que, lo que tengamos que decir,
sea bueno, útil y verdadero.
¡Que no profieran maledicencias tus labios,
que sepan guardar bien un secreto,
que no den -si no te lo piden- un consejo
y que no arrojen las perlas a los cerdos!