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Arqueros 2

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Enviado (18/04/2011)Enviado porJose Ramon Muñiz Alvarez-








 












 

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Arqueros del alba

 

Para María Dolores Menéndez López

  

La aurora de la muerte

 

       Los prados humedecidos

Que, besados por la helada,

Con la misma madrugada

Yacían adormecidos,

Escucharon los gemidos

Llegados del firmamento,

Que, rozados del aliento

De la aurora blanquecina,

Apartaron la neblina,

Densa en las alas del viento.

       Y aquella mancha de plata

Que el sol trajo en su carruaje

Iluminaba el paisaje,

Mezclando al blanco escarlata,

Que, aunque tímida, sensata,

De agotarse temerosa,

Rasgó la caricia hermosa

Al rayar en la mañana,

Como caricia temprana,

Llena de luz, olorosa.

       El arroyo, sin apuro,

Aún su cauce empobrecido,

Murmuraba su sonido

Al cruzar el valle oscuro,

Siguiendo el curso seguro

Que, en su descenso tranquilo,

Avanzaba con sigilo

Entre las cómplices sombras,

Regando secas alfombras,

Buscando mayor asilo.

       De las aguas transparentes,

Su curso lento, sencillo,

Se saciaba el cervatillo

Que bebió de las corrientes,

Reflejándose en las fuentes

Donde las juncias brotaban,

Y en las alturas hallaban

La copia de su hermosura,

El sosiego y la frescura

En las nubes que flotaban.

       Y entonces te despertaron

De aquel sueño perezoso,

Con el beso más gozoso

Que jamás imaginaron,

Los colores que llegaron

A las alturas de un cielo

Que alcanzaste, alzando el vuelo,

Al nacer de la mañana,

Donde la llama temprana

La escarcha halló sobre el suelo.

 

Soneto VI

 

       Heraldo de bondad fue su semblante,

Más puro que la luz de la alborada,

La gracia de su rostro, la mirada,

Sincera siempre, bella a cada instante.

       En ella la ternura era constante,

Más clara que el granizo y la nevada,

Hermosa como el sol, jamás nublada

La frente cuyo rostro hizo brillante.

       Más pura fue su piel que la azucena

Que brota en primavera por los prados,

Más cándida y más bella, siempre buena.

       Recuerdo que sus párpados cansados

Tendían a cerrarse, aunque sin pena,

Buscando sueños siempre reposados.

 

Soneto VII

 

       Un mar navegarás donde, brumosos,

Negando al sol la luz, llama escarlata,

Los vientos, sombra gris, noche insensata,

El cielo cerrarán avariciosos.

       Después de los umbrales cavernosos

Del sueño que en la noche se dilata,

Tus ojos se abrirán, perla de plata,

Buscando los paisajes luminosos.

       Y todo mostrará su luz dorada,

El cielo, el sol, el mar y las orillas,

Para escuchar tu voz, ayer callada.

       Risueñas nuevamente tus mejillas

La brisa sentirán más que hechizada,

La leña dando al alba y sus astillas.

 

Soneto VIII

 

       El despertar más dulce y placentero

Cubrió su rostro cuando, de mañana,

Cruzaba, aventurero, su ventana

El sol del mediodía pendenciero.

       Robábale los sueños su lucero,

Valiente y atrevido, pues, lozana,

La luz la despertaba, con desgana,

Besándola, al llevarle aquel platero.

       Después iluminaba el cuarto oscuro

Corriendo la cortina, que, luciente,

Dejaba gala al oro y su belleza.

       Alzábase del lecho y, sin apuro,

Serenos, de su boca, lentamente,

Brotaban los bostezos con pereza

 

Soneto IX

 

       Dejaste transcurrir la hora temprana,

Palacio que en el sueño se escondía,

Y vio volar la luz la brisa fría,

Después de bien corrida la mañana.

       Manchada por la luz, halló lozana

La risa que en tu rostro se encendía,

Tan clara como el sol al mediodía,

Que el cielo hizo del aire soberana.

         Montó, en un cielo lleno de belleza,

La noche su corcel de madrugada,

Las crines sujetando con firmeza.

       Mas no encontró más luz en tu mirada

Que aquel amanecer vuelto en tristeza,

Que el prado halló cubierto por la helada.

 

Soneto X

 

       No vueles, ruiseñor, hacia los cielos

Que se hacen más azules en verano,

Ni escapes, golondrina, de mi mano,

Llevada por la brisa y sus desvelos.

       No corras, herrerillo, aunque tus vuelos

Te dejen alcanzar lo más lejano,

Ni escales, carbonero, el aire en vano

De donde caen las nieves y los hielos.

       No partas, ave blanca, si tu nido

Lo tienes junto a mí, donde la tierra

Se alegra de tu voz y tu sonido.

       Amor serán los bosques y la sierra,

Los árboles y el prado que, dormido,

Se olvida de la helada que lo encierra.










 2005 © José Ramón Muñiz Álvarez

“Las campanas de la muerte”

Primera parte: "Los arqueros del alba"

Todos los derechos reservados por el autor.

 

José Ramón Muñiz Álvarez

(Breve reseña)

 

José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta.

"Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios:

 

1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López.

 

2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz.

 

3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio.

 

El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008.

En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de verso libre. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos.



 


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