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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, libro de sonetos “Arqueros del alba” En memoria de María de los Dolores Menéndez López Los palacios del sueño Para encontrar tu mirada, Parda como los castaños, Cansada ya de los años, He de encontrar la morada, La mansión deshabitada Donde reposa, tranquilo, El viento, cuyo sigilo No intentará despertarte, Temeroso de rozarte, Un viejo guardián en vilo. Y hallaré allí, silencioso, Un palacio que, ya en ruina, Duerme la larga rutina De su sueño caprichoso, Donde el tiempo, perezoso, Su curso ve detenido, Borrando el dulce sonido De la brisa sosegada Que dejó, de madrugada, Su singladura al olvido. Y, aunque el viaje será duro, Hora es ya de la partida, Llevándote de la vida A este extraño reino oscuro, Que alza en la altura ese muro De sombras y de tristeza Que, escondiendo la belleza, Quiere negar el aliento De la luz que fue alimento Del sol que se despereza. Y gozo serán mis brazos Tomando de tu cintura Lo que tu frágil figura Espera de mis abrazos, Para desatar los lazos De la noche que te encierra, Siendo valor en la guerra, Que, luchando con empeño, Quiero arrancarte del sueño Que de la luz te destierra. Y en las noches del camino Que jamás podrán vencerme, Sabré luchar, defenderme, Vencedor de tu destino, Cuando, al ver el sol vecino, Cure el dolor de tu herida, Y te devuelva la vida Con el hechizo de un beso, Para emprender el regreso Del sueño en que estás dormida. Soneto XXXII Alumbra en su mirar la llama ardiente, Su brillo, su color más encendido, Un sol que se aventura, decidido, En un amanecer resplandeciente. Y busca una sonrisa que, inocente, Dejó volar al aire inadvertido El ángel de ternura que, vencido, Un astro es ya lejano, aunque luciente. La luz, el oro, el brillo es aderezo De aquel fanal que irradia, luminoso, Buscando los amores de su rezo. Y es dulce aquel suspiro silencioso, Y el beso y el sonido del bostezo Que ardieron con el tiempo perezoso. Soneto XXXIII La vida se encendía en tus luceros, Antorchas de cristal, cuya mirada Los vio nacer, corriente alborotada, De espumas, de corales y veleros. La densa oscuridad de los senderos Sus pórticos abrió con la alborada, Dejando que cruzasen su morada, Alegres, relucientes, los overos. Tus ojos, cuyo brillo luminoso Lució la magia bella de su embrujo, Hablaron con su fuego más hermoso. Y un rápido reflejo se produjo En tu mirar callado, silencioso, Tan bello como el oro en su dibujo. Soneto XXXIV Las luces de un suspiro repentino Borraron su sonrisa y su fatiga, La cálida expresión que se prodiga En un recuerdo dulce y cristalino. Dejó de ser camino aquel camino De acuerdo con la ley que nos obliga, Y aquella voz que amaba por amiga Mezclóse a los inciensos del destino. Volando, alma de mar, a la deriva, Su espíritu partió a un lugar tranquilo, Quién sabe a qué región abandonada. Partió la noche, lánguida y esquiva, Cruzando los pasillos del sigilo Que halló la luz mostrando la alborada. La yegua soberana Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Lanzándose, arrojándose a su antojo, Y, abriendo paso franco A la mañana nueva, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Dejándose llevar, hija del viento, Y, abriendo paso franco Al alba dulce y cálida, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Alzóse irreverente La yegua soberana Que corre los espacios encendidos, Besando los palacios de la noche Y, abriendo paso franco Al sol del horizonte, No halló tus ojos bellos ni tu risa. Soneto XXXV El cielo despertaba silencioso, Cansado de dormir, triste y tranquilo, Dulce y feliz, al tiempo que el sigilo Dejaba en las estrellas su reposo. Un verde transparente y luminoso Brillaba para el mar, lágrima en vilo, Luz sin calor, aurora sin estilo, Que halló su sueño siempre perezoso. Un beso que intentaba despertarla Rozó su piel, helada de los montes, Al tiempo que asomaba el nuevo día. Y en ella resbaló cuando, al tocarla, Lejano el sol, junto a los horizontes, Prudente, se ocultaba todavía. Soneto XXXVI Los labios de la abuela pronunciaron El vuelo de su risa, que, ligero, Lleno de amor, cruzaba el cielo entero Que sus mejillas bellas adornaron. Las rosas de la aurora despojaron Su rayo caprichoso, su lucero, Las sombras que tuvieron prisionero Un sol de cuyo sueño levantaron. Un alboroto mágico encontraron Su cándido mirar, su voz y el fuero Escrito en el cordal que dibujaron. Al ave quiso libre el halconero Por las colinas que en su boca alzaron Sus gracias y el cariño más sincero. Mansiones del alba No encontrarás la hermosura De los cielos hechizados Cuando enseñen sus bordados Luminosos en la altura. No verás la noche oscura, Si en silencio se convierte. Será el beso de la muerte Lo que sientas a deshora, Cuando la luz de la aurora Sobre los mares despierte. No hallarás la luz del día En un horizonte hermoso Cuando luzca, luminoso, El sol en la lejanía. No encontrarás la alegría De la mañana que nace. Será triste el desenlace Que traerá la madrugada, Justo cuando la alborada Sus negras sombras deshace. Y estarás sola y perdida Cuando el hielo te apuñale, Cuando la noche te iguale Y huya, cobarde, la vida. Sentirás, aunque dormida, Que se te escapa el aliento. Y, callado, el firmamento Verá temblar las estrellas Cuando sus luces más bellas Vuelva en oro ceniciento. Luego un sol enamorado Lucirá con elegancia, Derramando su abundancia Sobre un mar apaciguado. Su luz habrá despertado Los más cálidos colores. Después vendrán los albores, Y, en los cielos, su belleza Anunciará la tristeza Que mengua sus resplandores. Y cruzará la mañana Las alturas espaciosas, Haciéndolas luminosas Con su sonrisa lozana. Y, agotándose temprana, Traerá la nieve su hechizo. Y nieve será, y granizo Que correrá por el suelo, Y mis ojos en el cielo Un rayo serán huidizo. Y buscarán tu ternura, Preguntándole a la brisa Por tu mágica sonrisa, Por tu gracia y tu dulzura. Y vendrá la noche oscura Y sus sombras apagadas, Y no faltarán veladas Para buscar en el cielo Los colores de tu pelo, Al tornar las alboradas. Déjate pues al sosiego Y duerme un sueño tranquilo Mientras llega, con sigilo, La muerte, su beso ciego. Ríndete al sueño que luego Se volverá silencioso. Busca ese mar en reposo Donde no corren las horas Y, esperando otras auroras, Protege el sueño gozoso. Soneto XXXVII Las horas desnudó con su reflejo, Las sombras, las cenizas en la altura, Abriendo las cortinas, sombra oscura, El brillo de un relámpago bermejo. Las puertas derribó, mostró el espejo Luciente que, bordado de hermosura, Las brumas arrancó de la espesura, Dejando que corriera el oro viejo. Rompió la aurora y descubrió la helada Con una antorcha ardiente, aquella flecha Que ardió dando más luz a la alborada. Y el sueño derramó la senda estrecha Que, abierta al oro, dio la puñalada, Callando de la muerte la sospecha. Soneto XXXVIII El tiempo silencioso nos la enseña Al lado del fogón, donde, apartada, Alegre a veces, otras fatigada, Solía colocar la blanca leña. La suelo recordar siempre risueña, Más bella que la luz de la alborada, Hermosa como el oro, delicada, Estrella de bondad, alma que sueña. La suya era una casa acogedora, Humilde pero digna, aunque, sencilla, Su vida no gustara ningún lujo. También recuerdo, a veces, que la aurora Solía iluminarla en la buhardilla Y despertar su voz con su dibujo. Soneto XXXIX Mis labios, al rozarla, percibieron La escarcha de su piel, hilo de plata, El hielo que, en diciembre, se desata Sobre los bosques que se adormecieron. Mis labios, al rozarla, no quisieron, Huyendo la ventura tan ingrata, Saber que fue puñal la luz que mata, Si, al cabo, resignados, comprendieron. Mis labios, al rozarla, se asustaron Temiendo que ya hubiera sucedido, Sabiéndolo en la muerte que besaron. Y fue al rozar aquel ángel dormido Cuando, cobardes, necias, lo negaron Mis lágrimas, palabra del olvido. Soneto XL Los sueños son secretos misteriosos Que nacen como el árbol y marchitan, Que corren, que se mueven, que se agitan En los salones viejos y espaciosos. Llegaste a los castillos silenciosos Del alma solitaria donde habitan, Y, alegres unos, en su alcoba gritan, Y, tristes otros, callan perezosos. Estás junto a los sueños, en mansiones Extrañas y es extraña la morada Y el polvo sobre sus habitaciones. Los ves en esa alcoba desolada Que llena con su polvo corazones Cansados de su voz deshabitada. Soneto XLI Será el recuerdo bello de tus manos Como un cristal vencido y tembloroso, Tu voz como un bostezo perezoso, Tus ojos como un sol, y más lozanos. Las nieves cubrirán montes y llanos Cuando el invierno llegue, silencioso, Y copie tu cabello luminoso Con tus pinceles suaves y tempranos. Después se deshará, con el deshielo, El fuego que bordó, con alegría, La nieve que hizo blancos los follajes. Será, al llegar el alba, blanco el cielo Y escarcha de la aurora, si es que, fría, Madruga, estrella azul, en sus paisajes. Soneto XLII Descansa en ese sueño silencioso Su espíritu, su voz y su alegría, Cubierta por la nieve, siempre fría, En la región del viento quejumbroso. No mostrará su rostro luminoso, Esclava de la noche, aunque podría, En el desierto gris, la luz del día, Por no turbar su sueño, su reposo. Podrán regar las flores encendidas Las lágrimas que brotan de mi pena, Besando el blanco mármol de los sueños. Descansan hoy sus horas encendidas, A veces lirio, a veces azucena, Oyendo allá mis versos halagüeños. Soneto XLIII Quisiera, aunque fugaz, alzar un beso Al cielo en que levantas la morada, Y verte, estrella azul, de madrugada, Junto a un amanecer claro y travieso. El tiempo retener, tenerlo preso En la mansión que prende la alborada, Será sólo ilusión desengañada Del llanto y del dolor que te confieso. El alma, deshaciéndose la vida, Pretende ir hacia ti para adorarte Donde la luz se esconde dolorida. Mis manos no podrán acariciarte Junto a la sombra negra que, escondida, Negar pudo el derecho de besarte. Soneto XLIV No fue justa la vida con el brillo Luciente de sus ojos y su risa, Su voz, llevada al aire por la brisa, Su frente, verso bello, alto castillo. El suyo era el semblante más sencillo, Humilde como el alba que, imprecisa, Alumbra, estrella triste, en la cornisa Donde, al ocaso, el vuelo alzó el autillo. Las lluvias son torrentes sobre el prado Y, lento, se oye un eco silencioso: La noche del Erebo se ha cerrado. No fue justa la vida con su hermoso Semblante, ayer alegre y animado, Al regalar sus horas al reposo. Soneto XLV Luchando contra el viento y el granizo, Relámpago de luz a la alborada, Brotaba en el jardín de tu mirada, Risueño, como siempre, aquel hechizo. La luz de aquel crepúsculo rojizo Ardió sobre los campos y, callada, La noche llegó, triste y apagada, Y el blanco de los cielos se deshizo. Después de derrotar la lluvia fría, Abriendo las cortinas la andadura, Tu risa se hizo brillo de alegría. Y un ángel coronó con su hermosura La llama juvenil que se encendía, Bebiendo la emoción de tu ternura. 2005 © José Ramón Muñiz Álvarez “Las campanas de la muerte” Primera parte: "Los arqueros del alba" Todos los derechos reservados por el autor. José Ramón Muñiz Álvarez (Breve reseña) José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta. "Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios: 1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López. 2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz. 3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio. El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008. En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de verso libre. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos. |
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