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Estás en: Poetas noveles

"Arqueros del alba" (tercera parte)

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Enviado (03/11/2010)Enviado porJose Ramon Muñiz Alvarez-
Arqueros del alba”

 

En memoria de María de los Dolores Menéndez López

 

Los palacios del sueño

 

       Para encontrar tu mirada,

Parda como los castaños,

Cansada ya de los años,

He de encontrar la morada,

La mansión deshabitada

Donde reposa, tranquilo,

El viento, cuyo sigilo

No intentará despertarte,

Temeroso de rozarte,

Un viejo guardián en vilo.

       Y hallaré allí, silencioso,

Un palacio que, ya en ruina,

Duerme la larga rutina

De su sueño caprichoso,

Donde el tiempo, perezoso,

Su curso ve detenido,

Borrando el dulce sonido

De la brisa sosegada

Que dejó, de madrugada,

Su singladura al olvido.

       Y, aunque el viaje será duro,

Hora es ya de la partida,

Llevándote de la vida

A este extraño reino oscuro,

Que alza en la altura ese muro

De sombras y de tristeza

Que, escondiendo la belleza,

Quiere negar el aliento

De la luz que fue alimento

Del sol que se despereza.

       Y gozo serán mis brazos

Tomando de tu cintura

Lo que tu frágil figura

Espera de mis abrazos,

Para desatar los lazos

De la noche que te encierra,

Siendo valor en la guerra,

Que, luchando con empeño,

Quiero arrancarte del sueño

Que de la luz te destierra.

       Y en las noches del camino

Que jamás podrán vencerme,

Sabré luchar, defenderme,

Vencedor de tu destino,

Cuando, al ver el sol vecino,

Cure el dolor de tu herida,

Y te devuelva la vida

Con el hechizo de un beso,

Para emprender el regreso

Del sueño en que estás dormida.

 

Soneto XXXII

 

       Alumbra en su mirar la llama ardiente,

Su brillo, su color más encendido,

Un sol que se aventura, decidido,

En un amanecer resplandeciente.

       Y busca una sonrisa que, inocente,

Dejó volar al aire inadvertido

El ángel de ternura que, vencido,

Un astro es ya lejano, aunque luciente.

       La luz, el oro, el brillo es aderezo

De aquel fanal que irradia, luminoso,

Buscando los amores de su rezo.

       Y es dulce aquel suspiro silencioso,

Y el beso y el sonido del bostezo

Que ardieron con el tiempo perezoso.

 

Soneto XXXIII

 

       La vida se encendía en tus luceros,

Antorchas de cristal, cuya mirada

Los vio nacer, corriente alborotada,

De espumas, de corales y veleros.

       La densa oscuridad de los senderos

Sus pórticos abrió con la alborada,

Dejando que cruzasen su morada,

Alegres, relucientes, los overos.

       Tus ojos, cuyo brillo luminoso

Lució la magia bella de su embrujo,

Hablaron con su fuego más hermoso.

       Y un rápido reflejo se produjo

En tu mirar callado, silencioso,

Tan bello como el oro en su dibujo.

 

Soneto XXXIV

 

       Las luces de un suspiro repentino

Borraron su sonrisa y su fatiga,

La cálida expresión que se prodiga

En un recuerdo dulce y cristalino.

       Dejó de ser camino aquel camino

De acuerdo con la ley que nos obliga,

Y aquella voz que amaba por amiga

Mezclóse a los inciensos del destino.

       Volando, alma de mar, a la deriva,

Su espíritu partió a un lugar tranquilo,

Quién sabe a qué región abandonada.

       Partió la noche, lánguida y esquiva,

Cruzando los pasillos del sigilo

Que halló la luz mostrando la alborada.

 

La yegua soberana

 

       Alzóse irreverente

La yegua soberana

Que corre los espacios encendidos,

Lanzándose, arrojándose a su antojo,

Y, abriendo paso franco

A la mañana nueva,

No halló tus ojos bellos ni tu risa.

       Alzóse irreverente

La yegua soberana

Que corre los espacios encendidos,

Dejándose llevar, hija del viento,

Y, abriendo paso franco

Al alba dulce y cálida,

No halló tus ojos bellos ni tu risa.

       Alzóse irreverente

La yegua soberana

Que corre los espacios encendidos,

Besando los palacios de la noche

Y, abriendo paso franco

Al sol del horizonte,

No halló tus ojos bellos ni tu risa.

 

Soneto XXXV

 

       El cielo despertaba silencioso,

Cansado de dormir, triste y tranquilo,

Dulce y feliz, al tiempo que el sigilo

Dejaba en las estrellas su reposo.

       Un verde transparente y luminoso

Brillaba para el mar, lágrima en vilo,

Luz sin calor, aurora sin estilo,

Que halló su sueño siempre perezoso.

       Un beso que intentaba despertarla

Rozó su piel, helada de los montes,

Al tiempo que asomaba el nuevo día.

       Y en ella resbaló cuando, al tocarla,

Lejano el sol, junto a los horizontes,

Prudente, se ocultaba todavía.

 

Soneto XXXVI

 

       Los labios de la abuela pronunciaron

El vuelo de su risa, que, ligero,

Lleno de amor, cruzaba el cielo entero

Que sus mejillas bellas adornaron.

       Las rosas de la aurora despojaron

Su rayo caprichoso, su lucero,

Las sombras que tuvieron prisionero

Un sol de cuyo sueño levantaron.

       Un alboroto mágico encontraron

Su cándido mirar, su voz y el fuero

Escrito en el cordal que dibujaron.

       Al ave quiso libre el halconero

Por las colinas que en su boca alzaron

Sus gracias y el cariño más sincero.

 

Mansiones del alba

 

       No encontrarás la hermosura

De los cielos hechizados

Cuando enseñen sus bordados

Luminosos en la altura.

No verás la noche oscura,

Si en silencio se convierte.

Será el beso de la muerte

Lo que sientas a deshora,

Cuando la luz de la aurora

Sobre los mares despierte.

       No hallarás la luz del día

En un horizonte hermoso

Cuando luzca, luminoso,

El sol en la lejanía.

No encontrarás la alegría

De la mañana que nace.

Será triste el desenlace

Que traerá la madrugada,

Justo cuando la alborada

Sus negras sombras deshace.

       Y estarás sola y perdida

Cuando el hielo te apuñale,

Cuando la noche te iguale

Y huya, cobarde, la vida.

Sentirás, aunque dormida,

Que se te escapa el aliento.

Y, callado, el firmamento

Verá temblar las estrellas

Cuando sus luces más bellas

Vuelva en oro ceniciento.

       Luego un sol enamorado

Lucirá con elegancia,

Derramando su abundancia

Sobre un mar apaciguado.

Su luz habrá despertado

Los más cálidos colores.

Después vendrán los albores,

Y, en los cielos, su belleza

Anunciará la tristeza

Que mengua sus resplandores.

       Y cruzará la mañana

Las alturas espaciosas,

Haciéndolas luminosas

Con su sonrisa lozana.

Y, agotándose temprana,

Traerá la nieve su hechizo.

Y nieve será, y granizo

Que correrá por el suelo,

Y mis ojos en el cielo

Un rayo serán huidizo.

       Y buscarán tu ternura,

Preguntándole a la brisa

Por tu mágica sonrisa,

Por tu gracia y tu dulzura.

Y vendrá la noche oscura

Y sus sombras apagadas,

Y no faltarán veladas

Para buscar en el cielo

Los colores de tu pelo,

Al tornar las alboradas.

       Déjate pues al sosiego

Y duerme un sueño tranquilo

Mientras llega, con sigilo,

La muerte, su beso ciego.

Ríndete al sueño que luego

Se volverá silencioso.

Busca ese mar en reposo

Donde no corren las horas

Y, esperando otras auroras,

Protege el sueño gozoso.

 

Soneto XXXVII

 

     Las horas desnudó con su reflejo,

Las sombras, las cenizas en la altura,

Abriendo las cortinas, sombra oscura,

El brillo de un relámpago bermejo.

       Las puertas derribó, mostró el espejo

Luciente que, bordado de hermosura,

Las brumas arrancó de la espesura,

Dejando que corriera el oro viejo.

       Rompió la aurora y descubrió la helada

Con una antorcha ardiente, aquella flecha

Que ardió dando más luz a la alborada.

       Y el sueño derramó la senda estrecha

Que, abierta al oro, dio la puñalada,

Callando de la muerte la sospecha.

 

Soneto XXXVIII

 

       El tiempo silencioso nos la enseña

Al lado del fogón, donde, apartada,

Alegre a veces, otras fatigada,

Solía colocar la blanca leña.

       La suelo recordar siempre risueña,

Más bella que la luz de la alborada,

Hermosa como el oro, delicada,

Estrella de bondad, alma que sueña.

       La suya era una casa acogedora,

Humilde pero digna, aunque, sencilla,

Su vida no gustara ningún lujo.

       También recuerdo, a veces, que la aurora

Solía iluminarla en la buhardilla

Y despertar su voz con su dibujo.

 

Soneto XXXIX

 

       Mis labios, al rozarla, percibieron

La escarcha de su piel, hilo de plata,

El hielo que, en diciembre, se desata

Sobre los bosques que se adormecieron.

       Mis labios, al rozarla, no quisieron,

Huyendo la ventura tan ingrata,

Saber que fue puñal la luz que mata,

Si, al cabo, resignados, comprendieron.

       Mis labios, al rozarla, se asustaron

Temiendo que ya hubiera sucedido,

Sabiéndolo en la muerte que besaron.

      Y fue al rozar aquel ángel dormido

Cuando, cobardes, necias, lo negaron

Mis lágrimas, palabra del olvido.

 

Soneto XL

 

       Los sueños son secretos misteriosos

Que nacen como el árbol y marchitan,

Que corren, que se mueven, que se agitan

En los salones viejos y espaciosos.

       Llegaste a los castillos silenciosos

Del alma solitaria donde habitan,

Y, alegres unos, en su alcoba gritan,

Y, tristes otros, callan perezosos.

       Estás junto a los sueños, en mansiones

Extrañas y es extraña la morada

Y el polvo sobre sus habitaciones.

       Los ves en esa alcoba desolada

Que llena con su polvo corazones

Cansados de su voz deshabitada.

 

Soneto XLI

 

       Será el recuerdo bello de tus manos

Como un cristal vencido y tembloroso,

Tu voz como un bostezo perezoso,

Tus ojos como un sol, y más lozanos.

       Las nieves cubrirán montes y llanos

Cuando el invierno llegue, silencioso,

Y copie tu cabello luminoso

Con tus pinceles suaves y tempranos.

       Después se deshará, con el deshielo,

El fuego que bordó, con alegría,

La nieve que hizo blancos los follajes.

       Será, al llegar el alba, blanco el cielo

Y escarcha de la aurora, si es que, fría,

Madruga, estrella azul, en sus paisajes.

 

Soneto XLII

 

       Descansa en ese sueño silencioso

Su espíritu, su voz y su alegría,

Cubierta por la nieve, siempre fría,

En la región del viento quejumbroso.

       No mostrará su rostro luminoso,

Esclava de la noche, aunque podría,

En el desierto gris, la luz del día,

Por no turbar su sueño, su reposo.

       Podrán regar las flores encendidas

Las lágrimas que brotan de mi pena,

Besando el blanco mármol de los sueños.

       Descansan hoy sus horas encendidas,

A veces lirio, a veces azucena,

Oyendo allá mis versos halagüeños.

 

Soneto XLIII

 

       Quisiera, aunque fugaz, alzar un beso

Al cielo en que levantas la morada,

Y verte, estrella azul, de madrugada,

Junto a un amanecer claro y travieso.

       El tiempo retener, tenerlo preso

En la mansión que prende la alborada,

Será sólo ilusión desengañada

Del llanto y del dolor que te confieso.

       El alma, deshaciéndose la vida,

Pretende ir hacia ti para adorarte

Donde la luz se esconde dolorida.

       Mis manos no podrán acariciarte

Junto a la sombra negra que, escondida,

Negar pudo el derecho de besarte.

 

Soneto XLIV

 

       No fue justa la vida con el brillo

Luciente de sus ojos y su risa,

Su voz, llevada al aire por la brisa,

Su frente, verso bello, alto castillo.

       El suyo era el semblante más sencillo,

Humilde como el alba que, imprecisa,

Alumbra, estrella triste, en la cornisa

Donde, al ocaso, el vuelo alzó el autillo.

       Las lluvias son torrentes sobre el prado

Y, lento, se oye un eco silencioso:

La noche del Erebo se ha cerrado.

       No fue justa la vida con su hermoso

Semblante, ayer alegre y animado,

Al regalar sus horas al reposo.

 

Soneto XLV

 

       Luchando contra el viento y el granizo,

Relámpago de luz a la alborada,

Brotaba en el jardín de tu mirada,

Risueño, como siempre, aquel hechizo.

       La luz de aquel crepúsculo rojizo

Ardió sobre los campos y, callada,

La noche llegó, triste y apagada,

Y el blanco de los cielos se deshizo.

       Después de derrotar la lluvia fría,

Abriendo las cortinas la andadura, 

Tu risa se hizo brillo de alegría.

       Y un ángel coronó con su hermosura

La llama juvenil que se encendía,

Bebiendo la emoción de tu ternura.

 

2005 © José Ramón Muñiz Álvarez

“Las campanas de la muerte”

Primera parte: "Los arqueros del alba"

Todos los derechos reservados por el autor.

 

José Ramón Muñiz Álvarez

(Breve reseña)

 

José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta.

"Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios:

 

1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López.

 

2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz.

 

3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio.

 

El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008.

En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de verso libre. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos.
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