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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, combinado Heraldo de bondad fue su semblante, Más puro que la luz de la alborada, La gracia de su rostro, la mirada, Sincera siempre, bella a cada instante. En ella la ternura era constante, Más clara que el granizo y la nevada, Hermosa como el sol, jamás nublada La frente cuyo rostro hizo brillante. Más pura fue su piel que la azucena Que brota en primavera por los prados, Más cándida y más bella, siempre buena. Recuerdo que sus párpados cansados Tendían a cerrarse, aunque sin pena, Buscando sueños siempre reposados. Un mar navegarás donde, brumosos, Negando al sol la luz, llama escarlata, Los vientos, sombra gris, noche insensata, El cielo cerrarán avariciosos. Después de los umbrales cavernosos Del sueño que en la noche se dilata, Tus ojos se abrirán, perla de plata, Buscando los paisajes luminosos. Y todo mostrará su luz dorada, El cielo, el sol, el mar y las orillas, Para escuchar tu voz, ayer callada. Risueñas nuevamente tus mejillas La brisa sentirán más que hechizada, La leña dando al alba y sus astillas. El despertar más dulce y placentero Cubrió su rostro cuando, de mañana, Cruzaba, aventurero, su ventana El sol del mediodía pendenciero. Robábale los sueños su lucero, Valiente y atrevido, pues, lozana, La luz la despertaba, con desgana, Besándola, al llevarle aquel platero. Después iluminaba el cuarto oscuro Corriendo la cortina, que, luciente, Dejaba gala al oro y su belleza. Alzábase del lecho y, sin apuro, Serenos, de su boca, lentamente, Brotaban los bostezos con pereza Dejaste transcurrir la hora temprana, Palacio que en el sueño se escondía, Y vio volar la luz la brisa fría, Después de bien corrida la mañana. Manchada por la luz, halló lozana La risa que en tu rostro se encendía, Tan clara como el sol al mediodía, Que el cielo hizo del aire soberana. Montó, en un cielo lleno de belleza, La noche su corcel de madrugada, Las crines sujetando con firmeza. Mas no encontró más luz en tu mirada Que aquel amanecer vuelto en tristeza, Que el prado halló cubierto por la helada. No vueles, ruiseñor, hacia los cielos Que se hacen más azules en verano, Ni escapes, golondrina, de mi mano, Llevada por la brisa y sus desvelos. No corras, herrerillo, aunque tus vuelos Te dejen alcanzar lo más lejano, Ni escales, carbonero, el aire en vano De donde caen las nieves y los hielos. No partas, ave blanca, si tu nido Lo tienes junto a mí, donde la tierra Se alegra de tu voz y tu sonido. Amor serán los bosques y la sierra, Los árboles y el prado que, dormido, Se olvida de la helada que lo encierra. JOSE RAMON MUÑIZ ALVAREZ "Arqueros del alba" ("Las campanas de la muerte")
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