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Ya quiera el amor la guerra,


ya quiera el amor la paz,

como es Cupido sagaz

y afamado en esta tierra,

viendo que cruza la sierra

para hacer mayor el daño,

de su fe me desengaño

sin dolor.



Y, como es niño atrevido,

para no hacerme el valiente,

mézclome yo entre la gente

por pasar inadvertido,

que acabo, si no, dolido

y, viéndolo tan extraño,

de su fe me desengaño

sin dolor.



Y no son raras manías,

ahorrar en sufrimiento,

que todo es verse memento

tras sufrir sus felonías,

pues que, lleno de alegrías,

si es amante del engaño,

de su fe me desengaño

sin dolor.



De modo que la cautela

debe ser bien extremada,

porque una flecha dorada

es arma que el alma hiela,

y si es de plomo y desvela

un mal terrible y tamaño

de su fe me desengaño

sin dolor.



José Ramón Muñiz Álvarez

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