Siempre entendí, rotos los marcos
que era un sueño, conseguir los sueños
con diez años.
Aun con eso, seguí soñando
que contaba los sueños de mi abuelo
emocionado contador de cuentos.
Abrí las rimas en las paginas
que encontré en el suelo
y creí en el sueño de vivir los sueños.
Así habité las entrañas del lecho del río
donde habitaban los duendes pequeñitos
de aquel sueño mío.
Allí fue la nada, vacío espacio
venas abultadas, dedos en el aire
como largos trenes
con muchos vagones huecos y vacíos
desiertos de agua, sed del desvarío
de un niño perdido.
No he perdido el sueño, sigue roscado en la cabeza
más no hallo la llave para desasirlo.
Paciencia hermano, serán sus cenizas
fuego consumido entre cigarro y cigarrillo
luces de bohemia con botas de barro
detrás de la puerta que aún no has encontrado.
Rotas las manos en los marcos
una palanca pintada de verde y un verdugo
para abrir la trampilla carpintera
los tobillos juntos, puños maniatados
les rompen el cuello a los ahorcados.
¿Será el olvido mi verdugo encapuchado?
Una cama con correas
abrirá mis paginas al tiempo de la muerte
locura insistente ¿dónde acaba lo consciente?
sobre una habitación blanca y reluciente.
La cerradura por fuera
y en el techo, un ojo que se aferra a tu presente.