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Etiquetas: candás (asturias), jose ramon muñiz alvarez Visite: http://jrma187.blogspot.com José Ramón Muñiz Álvarez "LOS DELIRIOS DEL AMOR" O "EL LAMENTO DE LA PRINCESA" Juguete cómico-lírico en un cuadro único. ESTAMPA ÚNICA: Interior del castillo de la princesa, a la que encontramos sola, sentada al lado del fuego, donde crepitan las llamas entre la leña, en un butacón señorial de decoración sobria. La piedra rosada del interior queda desnuda y pueden verse claramente los sillares y el sillarejo. Tras la ventana, cerrada, se ven los montes nevados y se escucha el gemido del viento, dando golpes en el ventanal. La princesa viste blancos vestidos, riquísimos, según el gusto de la moda del siglo XV. Frente a la chimenea, una puerta practicable. PRINCESA: Por los males del amor Una mujer desdichada Se siente desconsolada Y dejada del favor. Pausa. La princesa exhala un hondo suspiro. Sí que es raro ese licor Agridulce aunque sabroso, Quién sabe si venenoso Que se sirve, traicionero, Como apetito ligero O refrigerio gozoso. Breve pausa. Llora un alma de mujer Por lo que le niega el niño Que quiebra el traje de armiño Con su flecha y su poder. Pero no puede doler Esa flecha desgraciada, Sino sólo la punzada Que, llegada al corazón, Arrebata la pasión De la dama enamorada… Quién pudiera consolar Esta tan honda tristeza Y sentir como certeza El privilegio de amar. De pronto se levanta y se dirige hacia el fuego. Pero todo ello es soñar, Que no es fiel ni amigo regio El amor que en privilegio Quiere volver a trocarse, Quizás para contentarse Como raro florilegio. Atizando el fuego. Quiere al duque el alma mía Con todo su frenesí, Porque, desde que lo vi, Toda yo soy osadía. Nada ya mi pecho enfría Ni acalora mis amores, Que, en este jardín sin flores, Vivo penando tristeza, Pena, desidia, pereza, Indiferencia y dolores. Volviendo a sentarse en el butacón. Y, con llegar la alborada, Que del sueño me despierta, Miro la ventana abierta Y no es bella la nevada, Ni lo es la tierra escarchada Donde cuajan los granizos Y el hielo, cuyos hechizos Hieren con fuego mi pecho Con el coraje y despecho De los vientos invernizos. Arrellanándose en el asiento. Y es que, en este apartamiento Privado de todo amor, Es insufrible el calor Del hielo, el aire y el viento, Pues soportar el tormento De la ingrata indiferencia Colma toda la paciencia Y derrota al más plantado, Que el amor me ha envenenado Con su falta de indulgencia. Breve pausa. Qué dichosos los villanos Que no sienten el dolor De los desdenes de amor De los regios soberanos, Que, aunque, como son humanos, No les falta el buen querer, Adoran a la mujer, Sin sentir estas pasiones, Porque nobles corazones Sólo pueden padecer. Vuelve a levantarse. Paseando en círculos. Qué rara tribulación La que, en fin me desconcierta, Que el alma siento ya yerta De esta desesperación. Exhalación de otro suspiro. No es soberbia ni ambición Lo que el alma mía empuja. Yo sólo sé que me embruja Una rara expectativa, Cuando la intención esquiva Al noble duque dibuja. Pausa. Pero no me habrá olvidado. Tal vez esté con el rey, Tratando asuntos de ley, De política o de estado. Volviendo al asiento. La promesa que me ha dado Bien sé que la cumplirá. Digo que no mentirá Cuando su amor me promete, Cuando, fiel, se compromete, Porque sí se casará. Sentándose. Pues ¿no había de quererme El buen duque mi señor, Si me promete su amor Y dice que ha de tenerme? Pero parece que duerme Cuando su correspondencia Pospone sin diligencia, Sin piedad a mis alientos Con estos requerimientos Que en mí produce su ausencia. Un bostezo leve. Se despereza. No hace mucho aquel escrito Me mandó por un criado. ¡Y qué escrito tan logrado! Todo estaba bien descrito, Dicho todo tan bonito, Con palabras tan hermosas Que se hacían melodiosas Cuando, leyendo escuchaba Los versos que dedicaba A mis gracias tan hermosas. Pausa muy breve. La poesía contenida En sus líneas vino en verso, Con un saludo perverso Para helar los corazones, Que encendido de pasiones, Selló su amor al reverso. Y como él es tan galán, Tan fino y tan educado, Sin presumir de letrado, Quiso decir un refrán. Este su amor un volcán Es, como gran maravilla, Porque su alma sencilla Engendró tal pensamiento Que me causó gran contento Sólo con una letrilla. Yendo ahora hacia la ventana. En fin, que penando vivo Aunque el alma se me parta, Siempre esperando la carta De aqueste varón esquivo, Que me escribe, pensativo, Pensamientos amorosos, Cuando no son enojosos Esos reproches de ausencia Que lo colman de impaciencia Con sus verbos recelosos. Entra la doncella. DONCELLA: Alteza, traigo un mensaje Que os acaba de llegar, Y es del duque de Melgar, Que la manda por un paje. PRINCESA: Siempre me ha dado coraje Esa violenta pereza Con la que muestra aspereza El duque con su tardanza. Vamos, acércate, alcanza La carta a mi diestra mano. La doncella le da la carta. Siempre mostrándose ufano, Jugando con mi esperanza. La doncella se sienta en un taburete incómodo, próximo al butacón, a un gesto de la princesa. La princesa, sentada ya, extiende el papel y comienza a leer con voz solemne: "No quiero saber de amores Que adornen bellos corales, Pues siempre causan mis males El coral y sus colores. Breve pausa. Tal vez en tiempos mejores, Tal locura delirante Me pareciera, al instante, Tan preciada como el oro, Pues es ilustre tesoro Para el que se siente amante. Y aquí yazgo yo, enojoso, En los amores vencido, Tras haberte conocido, Flecha de amor silencioso. Pausa. Siempre diré quejumbroso Mis llantos en rima varia, Y al no escuchar mi plegaria, Me verás dentro del cieno, Si me llenas del veneno De la amanita muscaria. Mirada de complicidad entre la princesa y la doncella. Y el caso de mi querella Y mi llanto peregrino Es ese fuego mezquino Con que el amor me atropella. La princesa suspira nuevamente. Sensible a la imagen bella De una mujer silenciosa, Ella pudo ser la rosa Coronada de claveles, Reina de verdes laureles, Emperatriz generosa. A un gesto de la princesa, la doncella se acerca al fuego y lo atiza, sin dejar de escuchar. Pero con fuertes desdenes Vino Cupido a mis ojos, Para llenarme de enojos, Para arrancarme los bienes. Heridas tengo las sienes Y perdida la cabeza De saber que no es firmeza Firme alzar el sentimiento, Pues hiere mi abatimiento Y derrota mi nobleza". Dejando de leer. Ay, qué galán tan inquieto, De cual el alma recela, Porque, con una espinela, Me da muerte, en un soneto, En un romance repleto De los halagos más caros, De los elogios más raros, De la más dulce hermosura, Pues su palabra es frescura Y hace los versos más claros. La doncella vuelve a sentarse en el taburete. Muchas veces lo repito: Con ese tono marchito Del amante moribundo, Un sentimiento profundo Puso en mi pecho el canalla, Que sabe que mi amor halla Siempre dispuesto y fecundo. Menuda carta atrevida Pudo mandar él, valiente, Siempre cortés, diligente, Para arrancarme la vida. Pausa. Volviendo a leer. "Áspero Amor ha venido A visitarme en mi lecho Para sacarme del pecho Un amor que no he vivido. Áspero Amor ha querido Que del ocaso a la aurora, Como el desgraciado llora, Venga a llorar, destronado, Que me encuentro en este estado Donde el alma no mejora. Maltratado en estas lides, Quiero del olvido el vino Y perderme en el camino De las parras y las vides. Amor, si no te decides A dar de una vez la muerte, Permite, pues, que despierte En los umbrales del sueño, Pues no eres un mal pequeño Para el que en ti se concierte". Leyendo, pero dicho con ironía. Quejas de amor, quejas graves, Quejas del abatimiento En que vive el descontento, Soñando con horas suaves. Pausa. Un suspiro. Quejas de amor cuyas llaves Quieren cerrarle las puertas Que quisiera ver abiertas El alma presa en su hechizo, En tempestad y granizo Con esperanzas inciertas. El ventanal se abre por un golpe de viento. Se ven entrar algunos copos de nieve. La doncella se precipita a cerrar la ventana. La princesa vuelve a leer: "Este dolor hoy me agita, Y, al tiempo que me enajena, Lentamente me envenena, Dulcemente me marchita. Puede ser que me derrita En tan graves confusiones, Que terribles emociones Vienen a darme por suerte El consejo de la muerte, En estas habitaciones. La doncella vuelve al taburete. Rara lección habrá sido Querer aprender a amar Para luego contemplar Que es amor lo no querido. Este afán me ha consumido Y otra vez hoy me consume. Yo no sé de qué presume Quien por los amores yerra, Que es, al nivel de la tierra, Soñar un raro perfume." La princesa continuará la lectura: "Yo me admiro consumido, Derrotado en la batalla, Viendo ante mí que se halla El Amor muy complacido. En esta guerra vencido Ya sólo me queda el llanto. Cierto que es un raro encanto Este amor que me enajena, Que al tiempo que me envenena Gozo en mi miedo y espanto." A la doncella: PRINCESA: Cuando con clamor pregona Que en él se ceba más fiero Tal amor, él no es sincero. DONCELLA: A nadie el amor perdona. Esta carta desentona PRINCESA: En un hombre de gobierno. DONCELLA: El duque es un hombre tierno. PRINCESA: Vamos, que Dios nos asista… Se me cansa ya la vista, Que hay poca luz en invierno. Llegan los meses del frío, Que suele helarnos el alma, Que al pobre quita la calma Y al rico en su señorío. Siempre me deja un vacío Esta estación desolada… Tiempo es ya de la nevada Y la noche que se apura. Sigue tú con la lectura, Que yo me siento cansada. La doncella lee durante unos segundos sin decir palabra y se excita al pasar sus ojos por las letras de la carta. DONCELLA: Cielos, cuánto sentimiento. Leyendo en voz alta: "De amores tan encontrados, Me cuento entre los finados En este amargo tormento. Sólo digo lo que siento, Y es estar triste y cansado De un amor desconsolado Que vive sin solución Por quebrar el corazón De quien se muere apenado. Mas viva esta pena al fin, Este tormento y dolor, Porque será gran favor Del incauto paladín, Que muerto en este jardín De amores y desconciertos, Siento mayores conciertos Que los que nunca soñé, Solamente porque sé Que sé que nunca son ciertos. Ambas suspiran de nuevo, las dos a la vez, profundamente, muy cursis. Así, al matizar mi estado, Al descubrir mi penuria, Espero decir sin furia El mal que me ve enredado. Pausa. No es esto estar humillado, No es terrible desazón, Pero amarga la pasión Del más conmovido pecho Que ve morir en el lecho Su apenado corazón. Porque ¿a quién no es enojoso No verse correspondido Y sentirse consumido Por un mal tan milagroso. Falto de aliento y reposo, Esta prisión me bendiga Si sólo al amor me obliga Y con amor me atormenta, Pues el amor alimenta Lo que el ánimo castiga. Y otra vez muero por verte, Y otras tantas por besarte, Que no falta el adorarte En el dolor de quererte. Es desgracia no tenerte, No poder acariciarte, Sentirte sin alcanzarte, Alcanzarte sin sentirte, Llamarte sin despedirte, Despedirte por amarte. Se oyen, desde fuera, los sonidos de trompetas, que anuncian la llegada de alguien. La princesa y la doncella, con tanta premura que la carta del duque cae al suelo, se precipitan rápido hacia la ventana, tras la cual sigue ventando y lloviendo. A la doncella se la verá muy sorprendida por todo el esplendor de la comitiva del duque. DONCELLA: Qué bello en su garañón Parece el duque montado, De pajes acompañado. Él es un noble varón. Y, aunque os rinde el corazón, Siempre sois con él esquiva. PRINCESA: Tú deja que más me escriba Y sus versos me dedique El bueno de don Fadrique, Y que desdenes reciba. ¿No sabes que las mujeres, Mezclando amor y desdén, Juntan el mal con el bien Para enaltecer quereres? De entre todos los placeres Que el duque a bien me regala, Es ese amor que le cala Bien hondo hasta la costilla, El que más me maravilla, El que me llena y me halaga. DONCELLA: Y luce bien su riqueza, Su rango y su señorío, Montando con tanto brío, Demostrando su nobleza. Y con cuánta gentileza Os saluda allá a lo lejos, Entre los claros reflejos De su lustrosa armadura, Tan brillante como pura, Forjada de mil espejos. Y cuánta gente con él En solemne procesión, Acercándose al bastión Y siguiendo a su corcel. ¿No luce como un clavel Con el rayo de la aurora? Ese séquito decora Su presuntuosa presencia, Que llega sin insolencia Hasta este altar donde llora. Es un hombre poderoso, Valiente, y todo lo muda, Porque en la corte, sin duda, Es con todos generoso. Dicen que siempre afectuoso El rey lo saluda a diario, Que es sujeto extraordinario, Digno de todo respeto, Prudente, gentil, discreto, Cortés, triste y solitario. Cierran la ventana, ateridas de frío. PRINCESA: Que lo diga el despeñado Corazón cuando se advierta Que mientras triste despierta Del desdén será alcanzado. Mala rémora ha tocado Al que tanto amor escribe, Al que, en suspiros, revive, Al que muere porque espera, Si en vano se desespera Del amor que no recibe. Que lo diga el que suspira, Vencido en alma y aliento, Pues desgraciado y contento, Sufre, disfruta y delira, Goza su ruina y respira Las libertades que sueña, Postrándose ante su dueña Las intenciones más claras, Las impresiones más raras La lágrima más risueña. Yo soy infeliz y acaso Por ello soy más dichosa, O quizás vivo gozosa De morir en tan mal paso. Este fuego en que me abraso Que deja el retrato es escrito Para siempre con granito O con pórfido tan duro Que el dolor en que me apuro Se hace virtud y delito. Por eso he de declararme Culpable ante tanto amor, Por eso hace mi dolor Que no deje de agitarme, Por eso he de consolarme Con recordar la memoria Que contiene tanta gloria Para quien es sólo un hombre, Cuando bien sé de su nombre Que es del amor la victoria. Dejadme morir de amor, Para que, muriendo, viva, O que la muerte reciba Para vivir el dolor, Que del placer es mejor Olvidarse nuevamente, Que él es astro luciente O si él es raro lucero, No he de alcanzarlo, no quiero, En raro vuelo ascendente. Dirigiéndose a la doncella: Siempre ha sido natural En un alma de mujer Quererlo todo saber, Y no me parece mal. Torna allí donde el cristal Y cierra bien la cortina. La doncella hace lo que la princesa le manda. Y, a las paredes vecina, Podrás, oculta, escuchar Lo que tenemos que hablar, Y que ha de ser cosa fina. La doncella sigue de nuevo las indicaciones de la princesa. Esta se sienta cómodamente en el butacón de su alcoba y espera la llegada del duque. ESCENA CUARTA: Entra el duque en la alcoba de la princesa, acompañado de un músico que trae un rabel. PRINCESA: Aunque estemos prometidos, No es cortés en una alcoba Entrar como aquel que roba. DUQUE: ¿No robáis vos mis sentidos? No veréis arrepentidos Los suspiros del ladrón Que entra en vuestra habitación Con atrevida inconstancia. PRINCESA: Vos me asaltáis en mi estancia. DUQUE: Y vos sois mi inspiración. Pausa. Os miro, claro platero, Y a fe que morir pudiera, O que por veros viviera. DONCELLA (tras la cortina, al público): El duque es un zalamero. PRINCESA: Sois como nieve de enero, Astuto, rápido y frío. Os invito a un desafío Al que podéis renunciar, Y es si podéis explicar Tanta pompa en vuestro verso, Si en el amor sois perverso Y no me queréis amar. DUQUE: Si no hacéis caso a mi pluma, Os lo repito en canción. PRINCESA: Con la mayor devoción. DUQUE: Para vuestra gracia suma, Pues sois bella como espuma Que, nacida de la mar, Venus pudiera envidiar Y los dioses de la altura. DONCELLA (tras la cortina, al público): El duque es genio y figura. DUQUE: Prepárate ya a tocar. El músico hace ademán. La princesa interrumpe: PRINCESA: ¿Y qué es esta serenata? No lo alcanzo a comprender. DUQUE: Es el canto a una mujer Que con el amor me mata. Rara belleza retrata Mi canción al describirla. PRINCESA: Está bien, podéis decirla. DUQUE: Disponte presto a tocar, Que a la dama hay que halagar, Pues siempre es bien bendecirla. Empieza a tocar el músico. Me ha pedido la ventura que rinda culto al amor, siento en el pecho temor a tan honda desventura. Es esta una senda oscura y un doloroso camino. Y, ya que al amor me inclino, siento maltrecha la suerte: con amor, muero por verte; sin amor, no hallo destino. Me ha robado la esperanza este duro sentimiento: que no digan que hay contento en tan áspera mudanza. Este dardo nos alcanza y se clava peregrino. Y, ya que al amor me inclino, siento maltrecha la suerte: con amor, muero por verte; sin amor, no hallo destino. Ojos más crueles no vieron los ojos que os contemplaron cuando, por veros, miraron, y, al mirar se deshicieron; que vuestros ojos debieron herir tal vez a mis ojos, de sus enojos dolidos o por llenarme de enojos. Y, viendo que las miradas de vuestros ojos herían, notando que se encendían, las sintieron apagadas; que de vos son mal pagadas y de vuestros labios rojos, de sus enojos dolidos o por llenarme de enojos. Que malos son los quereres que premian así pasiones, hiriendo los corazones con sus dobles alfileres; son por ello mercaderes que negocian sus antojos, de sus enojos dolidos o por llenarme de enojos. Ya quiera el amor la guerra, ya quiera el amor la paz, como es Cupido sagaz y afamado en esta tierra, viendo que cruza la sierra para hacer mayor el daño, de su fe me desengaño sin dolor. Y, como es niño atrevido, para no hacerme el valiente, mézclome yo entre la gente por pasar inadvertido, que acabo, si no, dolido y, viéndolo tan extraño, de su fe me desengaño sin dolor. Y no son raras manías, mas sí ahorrar en sufrimiento, que todo es verse memento tras sufrir sus felonías, pues que, lleno de alegrías, si es amante del engaño, de su fe me desengaño sin dolor. De modo que la cautela debe ser bien extremada, porque una flecha dorada es arma que el alma hiela, y si es plomo y desvela un mal terrible y tamaño de su fe me desengaño sin dolor. TELÓN José Ramón Muñiz TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS |
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