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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, romance No hallaron del sol ardiente Los reflejos encendidos Más color que los que admira, En la mitad del camino, Sobre su bayo alborado, Con los ojos peregrinos, El halcón puesto en el puño Y el corazón encogido, El discreto caballero, Cuando quedó sorprendido De tanto silencio hermoso, Oscuro y lleno de brillos, Que brillan al sol y viven Dos ojos con fuego esquivo, Que, temerosos del joven, Más quisieran no ser vistos. Su labio carnoso La rosa ofrece, Muestra su hermosura Y languidece. No puede ser que un milagro Le muestre, con la mañana, Dos auroras repetidas En una tímida llama, Que arde más que los colores Que presenta la alborada En los ojos de una niña Que en el vestir es serrana, En la belleza señora, Y, en la pureza del alma, Doncella como en la corte Lo solían ser las damas, Que, sin tener azabache Que les llene la mirada, Cuando miran, son sus ojos Corrientes de frescas aguas. Su labio carnoso La rosa ofrece, Muestra su hermosura Y languidece. Mas el sueña o, lo más cierto, Allí está, junto a un castaño, Sus pies hermosos desnudos, Pisando el suelo, descalzos, Hermosos como la plata, Pero manchados del barro, Del polvo y la tierra seca, Que la quiere así el verano, Y lo mira, temerosa, Y, temorosa, sus labios No pronuncian ni palabra, Que todo discurso e vano, Cuando un hombre y una niña De este modo han encontrado, Ella, el temor en su pecho; Él, un amor no esperado. Su labio carnoso La rosa ofrece, Muestra su hermosura Y languidece. |
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