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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, candás (asturias) Visite: http://jrma1987.blogspot.com José Ramón Muñiz Álvarez “MARTINILLOS Y EL SIRVIENTE” O “EL BARÓN SIN UN DUCADO” (JUGUETE CÓMICO-LÍRICO) ESTAMPA ÚNICA Palacio de don Jimeno, caballero pobre y sin dineros. ESCENA I Don Jimeno solo en su aposento. DON JIMENO: ¡Quién no admirara el lucero Que mostrara en la mirada Una dama enamorada De un gallardo caballero! No es menester el dinero Para quien no necesita, Y, si acaso solicita Los favores del amor, Fingiendo un triste dolor, Es que entre el oro se agita. ¡Dichoso el que tiene bienes Y desconoce el apuro, Pues en mar nada seguro, Lamentando altos desdenes! Y, aunque me den parabienes, No he de sentirme dichoso Con ponerme melindroso Por estar enamorado, Lujo del afortunado, Que es del amor codicioso. No es el desdén un granito Que al amante martirice, Sino que eso es lo que el dice, La voz alzada en un grito. En cambio yo necesito Más dinero que otra cosa, Pues la ternura amorosa De quien pena por penar No me va a solucionar Situación tan desastrosa. Malo es pagar alquileres, Malo es pagar alimentos, Malo es pasar los momentos Sin un cargo ni quehaceres. ¡Dichoso el que a las mujeres Les canta clara poesía, Pues ignora, cada día, Esta vil necesidad. No es amor ociosidad, Sino vicio en demasía. Por eso siento que digo Cosas de un alto provecho Para los que amor el pecho Hiere, pero no el ombligo. Y con esto a nadie obligo A que rechace el amor, Pero yo quiero mejor Disfrutar buenos dineros Que lamentos plañideros De un no sentido dolor. ESCENA II Entra el sirviente. SIRVIENTE: Dónde hallar buenos jamones, Dónde hallar buenos chorizos, Los vinos antojadizos, Los sabrosos salpicones… Otros quieren corazones, Sentimientos y suspiros, Pero yo combato a tiros Esta terrible pobreza, Que no sabe la nobleza De estos austeros retiros. Mala compra, mi señor, Que están los precios muy caros. DON JIMENO: Los comerciantes avaros Nos hacen así un gran favor. No sientas, pues, gran dolor, Como huyendo de pavores, Que las cenas son mejores Si son ligeras y escasas. SIRVIENTE: Se come en las otras casas. DON JIMENO: Ya vendrán tiempos mejores… Mira bien que la comida Que el goloso en abundancia Disfruta, aunque sepa rancia No es sana ni bienvenida. SIRVIENTE: Pero no es entretenida Si se come aire con nada. Quiero pan con mermelada, Nata y flan, dulces sabrosos, Torreznos gratos, gozosos, Quesos y leche, cuajada. Vivir sin comer no es bueno, Porque vivir sin yantar No es el cuerpo alimentar. DON JIMENO: ¿Es bueno acostarse lleno? Piensa que el dulce veneno Que dices tú que es comida Es lo que acorta la vida. Porque con tanto comer Muchos han de perecer Antes de la amanecida. SIRVINTE: ¿No come el rey mil manjares Que su médico le indica? DON JIMENO: Oye al cura, que predica Del púlpito en los altares. Siempre a fieles y seglares Les dice que la prudencia Es en esto mejor ciencia Que el médico más experto. SIRVIENTE: Dígalo quien no este muerto Por el hambre y la impaciencia. Don Jimeno se va. ESCENA III SIRVIENTE: Rara cosa es la que exclamo Cuando escucho el razonar De quien acaba de hablar, Señor, pues que es así mi amo. Y a veces versos declamo Para el hambre que he sentido Dejar feliz al olvido, Ya que con viejas canciones Se olvidan estas pasiones Del hambre a quien le ha mordido. Cantando los versos que siguen. Deja que el alba despierte Cada mañana el labriego, Bostezando con sosiego, Mientras la aurora se vierte, Y, ya que la luz advierte El pastor en la majada, Cuando la alborada Llega luciente, Bebe el agua fresca Que da la fuente. Nace con gran bizarría El bostezo soberano De un sol bello que, temprano, Se asoma con alegría, Y, pues la villa sombría Se despierta con la helada, Cuando la alborada Deja el reflejo, Visten los arroyos El oro viejo. Luce el sol sus galas bellas Y corona su destello Sobre ese valle que bello Oye de amor las querellas. Y, si se van las estrellas Que reposan en la nada, Cuando la alborada Bebe en la orilla, Cantan los riachuelos Su seguidilla. Rompe con su colorido La llamarada del día La noche triste y sombría Sobre en villorrio dormido. Y, si el hielo ha derretido Tras una larga invernada, Cuando la alborada Llega ligera, Cantan las torcaces La primavera. ESCENA IV Llega Martinillos, quien, desde la ventana abierta, habla con el sirviente. MARTINILLOS: Cantando todos los días He de encontrarte a estas horas. SIRVIENTE: Es que todas las auroras Sienten mis melancolías. MARTINILLOS: No me dirás que sentías Amores inoportunos. SIRVIENTE: Sentía raros ayunos, Hambre feroz en mi vientre, Ansiedad, dolor paciente, Falta de mil desayunos. Porque el hambre alivia el canto, Y pues famélico vivo, Si el pan se me vuelve esquivo, De canciones me atraganto. Pasar hambre no es espanto Si espanto el aburrimento. MARTINILLOS: Búscate un amo más bueno, Que ese mezquino es veneno. SIRVIENTE: El hombre no es poco amable, Pero todos miserable Llaman siempre a don Jimeno. MARTINILLOS: No me falta a mi alimento Con el amo al que servido, Pero me tiene aburrido Con su amor y descontento. Vive de amores sediento, Suspira por una dama Y raros versos declama Que dice muy bien medidos. SIRVIENTE: ¿Dónde dices que has podido Hallar alimento y cama? Porque, por un amo así, A gusto cambio yo al mío, Que el hambre que paso y frío Son cosa que mal sufrí. Dime dónde, dime, sí, Dónde se hallan, Martinillos, Que son acaso sencillos De arreglar tantos problemas. MARTINILLOS: Ya te lo digo, no temas: En todos los mercadillos. Pero antes debo advertirte Que son amos muy pesados: Siempre están enamorados Y mal habrán de aburrirte. SIRVIENTE: Sólo quisiera decirte Que un amo de esa manera, Como estoy, yo lo tuviera Por alegre devoción. Déjalo con su canción, Con su amor y larga espera. Se va Martinillos. ESCENA V Queda el sirviente pensativo. SIRVIENTE: Razón tiene Martinillos, Que no es este un amo bueno, Avaro como el veneno, Con sus modales sencillos. Otros, con mayores brillos Pasan hambre, bien lo sé, Mas, aun así, no se ve Qué interés tiene el señor Para quien, por su favor, Pierde cuanto se le dé. Pausa. Volviendo a cantar. Busca, pura, con el día, El aire fresco y callado, La aurora, blanco bordado, Con su mano clara y fría. Y, pues con melancolía Enciende su llamarada, Cuando la alborada Llega luciente, Bebe el agua fresca Que da la fuente. Corre los aires temprano, Desde que la primavera Busca la luz más ligera, El amanecer lozano. Y, pues el tardo verano La ve rendida y dejada, Cuando la alborada Deja el reflejo, Visten los arroyos El oro viejo. Duerme sereno en el cielo, Calma los mares constante, Toma un tono delirante Y despliega su alto vuelo. Y, pues enseña su vuelo Sobre el puerto y la ensenada, Cuando la alborada Bebe en la orilla, Cantan los riachuelos Su seguidilla. Llega temprana y valiente La luz dada de su mano, Que el sol que viene temprano Es brillante y más ardiente. Y, pues alegra a la gente Con su fuerte llamarada, Cuando la alborada Llega ligera, Cantan las torcaces La primavera. 2008 © José Ramón Muñiz Álvarez Todos los derechos reservados por el autor. José Ramón Muñiz Álvarez (Breve reseña) José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta. |
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