No oiréis correr de nuevo el arroyuelo
Que, alegre, se lanzaba a su caída,
Ni al dulce ruiseñor, cuya venida
La bóveda alumbró del alto cielo.
Dolores era hermosa como el vuelo
Que alcanza las antorchas de la vida,
Luciente como el alba que, encendida,
Cuajaba en sus cabellos el deshielo.
Mi espíritu poblaron las malezas
Dejándome en las sombras misteriosas
Que llenan hoy mis versos de tristezas.
Sus ojos son estrellas luminosas,
Sus luces, altas torres, fortalezas,
Alegres sus sonrisas perezosas.
La orilla alborotó un mar coralino
Y el cielo asaltó, puro y despejado,
Aquel caballo raudo que, embrujado,
Pincel se hizo del aire cristalino.
Y hallaste, al avanzar en el camino,
Crepúsculos sin voz, un mar dorado,
Y pudo descansar, ya fatigado,
Tu aliento, firme ayer, hoy peregrino.
La noche vino larga y duradera
Con el amanecer, robando el día,
Su luz, su brillo, toda la hermosura:
Mi pecho será luz, y, dondequiera,
Habrá de iluminarte cuando, fría,
Te aceche, sin pudor, la noche oscura.
El viento helado que rozó el cabello,
Llenándolo de escarcha y de blancura,
No osó matar su hechizo, su ternura,
Sus luces, sus bellezas, su destello:
Manchado de granizo fue más bello,
Más puro que la nieve cuando, pura,
Desciende de los cielos, de la altura,
Tan diáfano que el sol luce en su cuello.
Hiriéronla los años, la carrera,
El rápido correr hacia el vacío,
Más no perdió la luz de su alegría.
Sus risas, floración de primavera,
Fluyeron como, rápida en el río,
El agua en su correr, helada y...
No puede hallar la luz en las retinas
El alba que, corriendo los pasillos,
Al aire pide, pide hermosos brillos,
Y el fuego enseña sobre las colinas.
La luz, el alba alcanza las encinas
Que, con el nuevo otoño, los autillos
Olvidan, tras cansar, con sus aullidos,
La estancia, la ventana, las cortinas.
Por fin, en tus pupilas, la mañana
Se anuncia, hija del viento, soberana,
Luciente, emperatriz, reina preciosa.
Por fin la llamarada halla el paraje
Donde, desde la alcoba, eres paisaje,
Si montes ves y admiras caprichosa.
No pueden el granizo, a la alborada,
Borrar, faltos de fe, los cristalinos,
Si el cielo, por hallarlos peregrinos,
Los mira hijos del hielo y la invernada.
No pueden, a la aurora, la nevada
Tus ojos retirar de los caminos,
Ni pueden dar color a los albinos
Paisajes que corona la invernada.
No pueden la nevada y el granizo
Quitar de los caminos, la vereda,
Tus ojos como el sol antes bermejo.
Acaso con el alba se deshizo
El hielo, desterrado a la arboleda,
Cuando el amanecerse hizo oro viejo.
Dejó el tiempo malvado en cada rizo El blanco más mortal y despiadado, Haciendo su cabello más callado, Más claro que la nieve y el granizo. Su rostro, que era joven, vio invernizo, Su piel halló vencida y derrotado Un rostro por los años ya cansado, Que, a fuerza de ser bello, se deshizo. Sus labios un suspiro sacudieron Dejándola en el lecho, ya rendida, Las tardes que por ella transcurrieron. Así cayó y así acabó su vida: Sus ojos y sus labios descendieron, Quedando para el sueño allí dormida.
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Heló el viento las fuentes del camino Que lloran ya su sueño y que, cuajadas, Recuerdan su alegría alborotadas En otro tiempo alegre y peregrino. Heló el viento, con ánimo mezquino, Las cumbres silenciosas que, nevadas, Aguardan nuevos meses, y calladas, El rayo esperan, siempre repentino. Los reinos alcanzó y los horizontes El beso de granizo que, no en vano, ...
Decid del sol que es fuerte su lucero Para que en él encienda la esperanza, Como un aliento alegre cuya danza La luz eleva allí donde la espero. Mas no digáis que, débil, su platero Se extingue ya en la vieja lontananza, Su luz haciendo mísera mudanza Que niega su color al mundo entero. Ya brilla el sol, y en él una alegría, Que acá en la tierra rompe la tristeza ...
Volvió a brillar el sol, la luz temprana, Mas no fue en su cansado cristalino, Otrora alegre y frágil, peregrino, Como la luz se atreve a la mañana. La llama ardió, del cielo soberana, Y no cruzó su risa en su camino, Que ya es su lirio en el jardín vecino La antorcha que se yergue más lozana. No la hallaréis jamás donde risueña La visteis otras veces, que un lucero La arranca hacia el lugar en el que sueña. Las playas, los arroyos y aún entero Un ponto en las alturas ven por dueña Su voz sobre un altar más duradero...
Su vida derramó cuando la tarde El cielo fue vistiendo de tristeza, Febril ayer, alegre en su belleza, Ya tímido, ya triste, ya cobarde. Voló un gorrión entonces, y un alarde Le dio la luz del sol, vuelto en pereza, Al beso del crepúsculo que empieza A despojar su llama mientras arde. Y no borró su rostro la hermosura Ni su semblante por la edad herido La muerte que en sus fauces apresura. Del aire fue un suspiro consumido, Del raro aliento extraña quemadura, Su voz cansada, verso en el olvido.
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