Está en la sala familiar, sombría, y entre nosotros, el querido hermano que en el sueño infantil de un claro día vimos partir hacia un país lejano. Hoy tiene ya las sienes plateadas, un gris mechón sobre la angosta frente; y la fría inquietud de sus miradas revela un alma casi toda ausente. Deshójanse las copas otoñales del parque mustio y viejo. La tarde, tras los húmedos cristales, se pinta, y en el fondo del espejo. El rostro del hermano se ilumina suavemente. ¿Floridos desengaños dorados por la tarde que declina? ¿Ansias de vida nueva en nuevos años? ¿Lamentará la juventud perdida? Lejos quedó —la pobre loba— muerta. ¿La blanca juventud nunca vivida teme, que ha de cantar ante su puerta? ¿Sonríe al sol de oro de la tierra de un sueño no encontrada; y ve su nave hender el mar sonoro, de viento y luz la blanca...
Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre el mar. Nunca persequí la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres mi canción; yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón. Me gusta verlos pintarse de sol y grana, volar bajo el cielo azul, temblar súbitamente y quebrarse... Nunca perseguí la gloria. Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar... Hace algún tiempo en ese lugar donde hoy los bosques se visten de espinos se oyó la voz de un poeta gritar Caminante no hay camino, se hace camino al andar... Golpe a golpe, verso a verso... Murió el poeta le...
Dijo una voz popular: ¿Quién me presta una escalera para subir al madero para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno? Oh, la saeta, el cantar al Cristo de los gitanos siempre con sangre en las manos siempre por desenclavar. Cantar del pueblo andaluz que todas las primaveras anda pidiendo escaleras para subir a la cruz. Cantar de la tierra mía que echa flores al Jesús de la agonía y es la fe de mis mayores !Oh, no eres tú mi cantar no puedo cantar, ni quiero a este Jesús del madero sino al que anduvo en la mar!.
He andado muchos caminos he abierto muchas veredas; he navegado en cien mares y atracado en cien riberas. En todas partes he visto caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra. Y pedantones al paño que miran, callan y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra... Y en todas partes e visto gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca, si llegan a un sitio preguntan a donde llegan. Cuando caminan, cabalgan a lomos de mula vieja. Y no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino, agua fresca....
Una larga carretera entre grises peñascales, y alguna humilde pradera donde pacen negros toros. Zarzas, malezas, jarales. Está la tierra mojada por lo gotas del rocío, y la alameda dorada hacia la curva del rio. Tras los montes de violeta quebrado el primer albor; a la espalda la escopeta, entre sus galgos agudos, caminando un cazador.
Me dijo una tarde de la primavera: Si buscas caminos en flor en la tierra, mata tus palabras y oye tu alma vieja. Que el mismo albo lino que te viste, sea tu traje de duelo, tu traje de fiesta. Ama tu alegría y ama tu tristeza, si buscas caminos en flor en la tierra. Respondí a la tarde de la primavera: Tú has dicho el secreto que en mi alma reza: yo odio la alegría por odio a la pena. Mas antes que pise tu florida senda, quisiera traerte muerta mi alma vieja.
Yo voy soñando caminos de la tarde. ¡Las colinas doradas, los verdes pinos, las polvorientas encinas!... ¿Adónde el camino irá? Yo voy cantando, viajero a lo largo del sendero... * la tarde cayendo está -: "En el corazón tenía la espina de una pasión; logré arrancármela un día: ya no siento el corazón." Y todo el campo un momento se queda, mudo y sombrío, meditando. Suena el viento en los álamos del río. La tarde más se oscurece; y el camino que serpea y débilmente blanquea, se enturbia y desaparece. Mi cantar vuelve a plañir: "Aguda espina dorada, quién te pudiera sentir en el corazón clavada."
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