Gorrocha

Es un incendio
abrasante
abrazado
pegado
al hueso
el que hoy
tengo
aquí.

No se puede escribir sin alma.
No escribiré más o robaré, para escribir, la tuya.

I
La estaca estaba atravesada, traspasaba el pecho seco y no se movía.
La cara rezumaba sudaba baba y era roja la sangre y seca.
La tasca bramaba encerrada anegada de hombres borrachos que habían herido.

¿Para qué me quieres en casa?
Parece sincero el grito que escuché.
Veinte años iguales...
¡Para que me quieres en casa!

Un extranjero conocido cuando vino me pagó la deuda que tenía clamando,
clamando a voz en grito.
¡Mira, mi amigo! Clamaba cuando vino:
La mente es muy rara desconocida, te has de informar bebiendo cuando
necesites beber...

Si me dan de comer,
vivo.
Si no me traen nada,
espero.
Si me quitan la alegría,
digo:
no me traen, no habrá...
Bien.
Mañana,
¡quién lo sabrá?

Pobre esclava del harén de la arena...
Retorcida, ansiosa, esclava furiosa; figura
de mujer atada desnuda
al pié de la cama sultana.
Sultán...

A mí, a mí, los Reyes,
los Magos Reyes de Oriente,
me trajeron, me regalaron hace cien años,
mil de mil años ya hace, una corneta sonora.
Era una corneta seca, vieja,
de sonido seco, viejo,
que habla, dice, gime y sólo es ella
la que habla, por ser una sonora y única voz
entre cuadrados de estrellas.

Muertos los cadáveres vacíos me caían encima.
Fueron tres lo cadáveres y más, que me taparon el cielo.
Yo crecí con muertos podridos en mis pies y no olí más aroma que su olor de muertos son.
Así crecí.
Así vivo y así espero que tres cadáveres, sólo tres, se levanten y ajusticien a los otros tres.

En el bar hay rayos que caídos suben y se estrellan.
Paredes y un humo.
Mujeres.
Tristes esperanzas que caídas lucen sucias en el suelo.
En el bar hay rayos que no se esperan y besan los labios que no se besan por perfectos y por míos.
¿Por qué en el bar hay rayos?
Porque son nubes las que entran y cielos se encuentran.
Nada se queda.
Rayos ruidosos.
Rayos y nada.
Y todo, en el bar.