Octavio Paz

CIERRA los ojos y a oscuras piérdete
bajo el follaje rojo de tus párpados.
Húndete en esas espirales
del sonido que zumba y cae
y suena allá, remoto
hacia el sitio del tímpano
como una catarata ensordecida.
Hunde tu ser a oscuras
anégate en tu piel
y más, en tus entrañas;
que te deslumbre y ciegue
el hueso, lívida centella
y entre simas y golfos de tiniebla
abra su azul penacho el fuego fatuo.
En esa sombra líquida del sueño
moja tu desnudez
abandona tu forma, espuma
que no se sabe quién dejó en la orilla;
piérdete en ti, infinita
en tu infinito ser
mar que se pierde en otro mar
olvídate y olvídame.

Tal vez los recuerdos son sólo aire escurriéndose
A través del ojo de la aguja
Y la aguja pertenece al pajar.
Entonces a medida que el tiempo corre
Las pausas se estiran intencionalmente,
Para que la memoria elija el rumbo
Y el rumbo prefiere el silencio,
Mas el silencio vive aún en el ojo de la aguja.

Emilia no habla cuando no debe,
Elige sus palabras como
Si cada una fuera el camino hacia la horca,
Las toma, hace una mueca
Con sus labios, y las lanza suavemente.
Recuerdas, Emilia, cuando en el patio trasero
Reprodujimos Una por una
Todas las posiciones del Kama sutra?
Volví a casa esa noche y no pude
Dormir pensando en ti.
Tú no sabías hablar francés,
Mas todo lo que decías era comparable
Al idioma del amor.
Y el amor Emilia es tan escaso ahora,
Y yo no puedo olvidar tu amor y tus palabras,
Porque tus palabras eran luz,
Porque en tus palabras vivía
El alma del fuego.