Enviado
(05/02/2010) - Enviado por
adminAquellos ojo mío de mil novecientos diez
no vieron enterrar a los muertos,
ni la feria de ceniza del que llora por la madrugada,
ni el corazón que tiembla arrinconado como un caballito de mar.
Aquellos ojos míos de mil novecientos diez
vieron la blanca pared donde aronaban las niñas,
el hocico de oro, la seta vevenosa
y una luna incomprensible que iluminaba por los rincones
los pedazos de limón seco bajo el negro uro de las botellas.
Aquellos ojos míos en el cuello de la jaca,
en el seno traspasado de santa Rosa domida,
en los tejados del amor, con gemidos y frescas manos,
en un jardín donde los gatos se comían a las ranas.
Desván donde el polvo viejo congrega estatuas y musgos,
cajas que guardan sile...