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Jueves - 28.Marzo.2024

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Almena en Candás

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Enviado (13/07/2011)Enviado porJose Ramon Muñiz Alvarez-
Arqueros del alba

 

Para María de los Dolores Menéndez López

 

Los ruiseñores

 

       No veréis el arroyuelo

Que, apurando su camino,

Corre alegre y peregrino,

Después de ver el deshielo,

Si, libres los pies del suelo,

Salta al abismo y, valiente,

Deja volar su corriente

Al lanzarse en la cascada,

Desde la roca elevada

Que cabalga, transparente.

       No hallaréis los ruiseñores

Que, en la callada espesura,

Cantan, con tierna dulzura,

Su reclamo y sus amores,

Desde que ven los albores

Dibujarse en lo lejano,

Cuando los valles, el llano,

Los cordales y la sierra,

Sienten que vive la tierra

Y el sol se enciende lozano.

       Hoy nos falta la belleza

De su aliento fatigado,

De su mirar animado,

Sus bostezos, su pereza,

Al dejarnos con tristeza,

Pues ella, llena de vida,

Como una aurora encendida

Que hubiera robado al cielo,

Era luz, era consuelo,

Rosa del tiempo vencida.

 

La aurora alzó los ojos

 

       La aurora alzó los ojos

Con un bostezo mágico,

Cruzando las orillas

Del mar desconocido,

Y, entonces recordé aquel sol cobarde

Que supo ser jinete en sus corceles,

Cuando las rosas bellas

Morían en sus manos,

Marchitas del abrazo de la escarcha.

       La aurora alzó los ojos

Con un bostezo mágico,

Cruzando las orillas

Del mar desconocido,

Y, entonces recordé tu rostro bello,

Llevado hasta los cielos por el alba,

Que vino, con apuro,

En esos días grises

Que no avanzaron nunca en el camino.

       La aurora alzó los ojos

Con un bostezo mágico,

Cruzando las orillas

Del mar desconocido,

Y, entonces, la maldije por tu ausencia,

Sabiendo reprocharle las mentiras

Que arranca el desengaño

De su ropaje bello,

Tan claro como el aire que regresa.

 

Soneto XXIX

 

       En la constelación de tus mejillas,

Hermoso carrusel, llama de plata,

Vive una flor, sonrisa que desata

Tu espíritu jovial, sus maravillas.

       Se suman las estrellas y así brillas

En esa noche clara, pues, sensata,

Vano de amor, la luna se dilata

Con luces apagadas y sencillas.

       Y sigue vivaracho tu semblante

Y prende tu sonrisa cariñosa,

Amable a cada rato, a cada instante.

       Es la constelación que te hace hermosa,

La noche clara y bella que, incesante,

Mostró en tu rostro aquella mariposa.

 

Soneto XXX

 

       Las noches de los viernes otoñales

Pasábamos las horas juntamente,

Las brasas encendidas, llama ardiente,

Dormida en las cenizas minerales.

       El viento acariciaba los cristales

Buscando el fuego, cuya luz paciente

Asaba las castañas lentamente,

Detrás de aquellos viejos ventanales.

       La lumbre calentaba las estancias

De la buhardilla vieja que habitaron

Los brillos de los guiños de la abuela.

       El fuego alzó sus mágicas fragancias,

Virutas que, al arder, iluminaron

Las brasas del hollín que, libre, vuela.

 

El mar alborotado

 

       El mar alborotado

Dejó que, ensortijadas,

Corriesen sus espumas,

Bajo el color dorado que encendía

La luz de la alborada silenciosa,

Que vio el carruaje bello

Que te arrastró hacia un cielo luminoso,

Y fueron en mis ojos

Las lágrimas brotando,

Al ver el resplandor de la mañana.

       La muerte se hizo dueña

De la sonrisa alegre de tu rostro,

El oro y la hermosura

Que ardían, a menudo, en tu retrato,

Alegre como el fuego

Que, sobre el horizonte,

El aire iba poblando de colores,

De luces encendidas que cerraban

Los pórticos callados

Del reino que hacen claro las estrellas.

       Por eso, cada día,

Verás que, emocionado,

Irá mi pensamiento

Buscando las caricias de otras veces,

Los besos encendidos de otro tiempo,

Cuando, sin apurarse,

Las horas navegaban los arroyos

Del aire envejecido

Que me hallará forzando

Los remos de una barca hasta encontrarte.

 

Soneto XXXI

 

       Un brillo de emoción y de ternura

Enciende la memoria en las entrañas,

El mar donde, serena, al fin te bañas,

Si no es el arroyuelo que murmura.

       El cielo azul se llena de dulzura,

Naciendo el sol detrás de las montañas,

Y, viva siempre en él, rosas extrañas

Recoges sobre el viento que se apura.

        Si un guiño a tus sonrisas celestiales

Es poco para hablar de tu belleza,

Mis lágrimas serán raros cristales.

       Tu voz en mis adentros aún bosteza

Con el amanecer cuyos puñales

Rindieron hoy tu frágil fortaleza.

 

2005 © José Ramón Muñiz Álvarez

“Las campanas de la muerte”

Primera parte: "Los arqueros del alba"

Todos los derechos reservados por el autor.

 

José Ramón Muñiz Álvarez

(Breve reseña)

 

José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta.

"Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios:

 

1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López.

 

2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz.

 

3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio.

 

El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008.

En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de verso libre. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos.


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