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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, candás (asturias) José Ramón Muñiz Álvarez “LOS DELIRIOS DEL AMOR” O “EL LAMENTO DE LA PRINCESA” (Entremés) ESTAMPA ÚNICA: Interior del castillo de la princesa, a la que encontramos sola, sentada al lado del fuego, donde crepitan las llamas entre la leña, en un butacón señorial de decoración sobria. La piedra rosada del interior queda desnuda y pueden verse claramente los sillares y el sillarejo. Tras la ventana, cerrada, se ven los montes nevados y se escucha el gemido del viento, dando golpes en el ventanal. La princesa viste blancos vestidos, riquísimos, según el gusto de la moda del siglo XV. Frente a la chimenea, una puerta practicable. ESCENA PRIMERA: PRINCESA: Por los males del amor Una mujer desdichada Se siente desconsolada Y dejada del favor. Pausa. La princesa exhala un hondo suspiro. Sí que es raro ese licor Agridulce aunque sabroso, Quién sabe si venenoso Que se sirve, traicionero, Como apetito ligero O refrigerio gozoso. Breve pausa. Llora un alma de mujer Por lo que le niega el niño Que quiebra el traje de armiño Con su flecha y su poder. Pero no puede doler Esa flecha desgraciada, Sino sólo la punzada Que, llegada al corazón, Arrebata la pasión De la dama enamorada… Quién pudiera consolar Esta tan honda tristeza Y sentir como certeza El privilegio de amar. De pronto se levanta y se dirige hacia el fuego. Pero todo ello es soñar, Que no es fiel ni amigo regio, El amor que en privilegio Quiere volver a trocarse, Quizás para contentarse Como raro florilegio. Atizando el fuego. Quiere al duque el alma mía Con todo su frenesí, Porque, desde que lo vi, Toda yo soy osadía. Nada ya mi pecho enfría Ni acalora mis amores, Que, en este jardín sin flores, Vivo penando tristeza, Pena, desidia, pereza, Indiferencia y dolores. Volviendo a sentarse en el butacón. Y, con llegar la alborada, Que del sueño me despierta, Miro la ventana abierta Y no es bella la nevada, Ni lo es la tierra escarchada Donde cuajan los granizos Y el hielo, cuyos hechizos Hieren con fuego mi pecho Con el coraje y despecho De los vientos invernizos. Arrellanándose en el asiento. Y es que, en este apartamiento Privado de todo amor, Es insufrible el calor Del hielo, el aire y el viento, Pues soportar el tormento De la ingrata indiferencia Colma toda la paciencia Y derrota al más plantado, Que el amor me ha envenenado Con su falta de indulgencia. Breve pausa. Qué dichosos los villanos Que no sienten el dolor De los desdenes de amor De los regios soberanos Que, aunque, como son humanos, No les falta el buen querer, Adoran a la mujer, Sin sentir estas pasiones, Porque nobles corazones Sólo pueden padecer. Vuelve a levantarse. Paseando en círculos. Qué rara tribulación La que, en fin me desconcierta, Que el alma siento ya yerta De esta desesperación. Exhalación de otro suspiro. No es soberbia ni ambición Lo que el alma mía empuja. Yo sólo sé que me embruja Una rara expectativa, Cuando la intención esquiva Al noble duque dibuja. Pausa. Pero no me habrá olvidado. Tal vez esté con el rey, Tratando asuntos de ley, De política o de estado. Volviendo al asiento. La promesa que me ha dado Bien sé que la cumplirá. Digo que no mentirá Cuando su amor me promete, Cuando, fiel, se compromete, Porque sí se casará. Sentándose. Pues ¿no había de quererme El buen duque mi señor, Si me promete su amor Y dice que ha de tenerme? Pero parece que duerme Cuando su correspondencia Pospone sin diligencia, Sin piedad a mis alientos Con estos requerimientos Que en mí produce su ausencia. Un bostezo leve. Se despereza. No hace mucho aquel escrito Me mandó por un criado. ¡Y qué escrito tan logrado! Todo estaba bien descrito, Dicho todo tan bonito, Con palabras tan hermosas Que se hacían melodiosas Cuando, leyendo escuchaba Los versos que dedicaba A mis gracias tan hermosas. Pausa muy breve. La poesía contenida En sus líneas vino en verso, Con un saludo perverso Para helar los corazones, Que encendido de pasiones, Selló su amor al reverso. Y como él es tan galán, Tan fino y tan educado, Sin presumir de letrado, Quiso decir un refrán. Este su amor un volcán Es, como gran maravilla, Porque su alma sencilla Engendró tal pensamiento Que me causó gran contento Sólo con una letrilla. Yendo ahora hacia la ventana. En fin, que penando vivo Aunque el alma se me parta, Siempre esperando la carta De aqueste varón esquivo, Que me escribe, pensativo, Pensamientos amorosos, Cuando no son enojosos Esos reproches de ausencia Que lo colman de impaciencia Con sus verbos recelosos. ESCENA SEGUNDA: Entra la doncella. DONCELLA: Alteza, traigo un mensaje Que os acaba de llegar, Y es del duque de Melgar, Que la manda por un paje. PRINCESA: Siempre me ha dado coraje Esa violenta pereza Con la que muestra aspereza El duque con su tardanza. Vamos, acércate, alcanza La carta a mi diestra mano. La doncella le da la carta. Siempre mostrándose ufano, Jugando con mi esperanza. La doncella se sienta en un taburete incómodo, próximo al butacón, a un gesto de la princesa. La princesa, sentada ya, extiende el papel y comienza a leer con voz solemne: “No quiero saber de amores Que adornen bellos corales, Pues siempre causan mis males El coral y sus colores. Breve pausa. Tal vez en tiempos mejores, Tal locura delirante Me pareciera, al instante, Tan preciada como el oro, Pues es ilustre tesoro Para el que se siente amante. Y aquí yazgo yo, enojoso, En los amores vencido, Tras haberte conocido, Flecha de amor silencioso. Pausa. Siempre diré quejumbroso Mis llantos en rima varia, Y al no escuchar mi plegaria, Me verás dentro del cieno, Si me llenas del veneno De la amanita muscaria. Mirada de complicidad entre la princesa y la doncella. Y el caso de mi querella Y mi llanto peregrino Es ese fuego mezquino Con que el amor me atropella. La princesa suspira nuevamente. Sensible a la imagen bella De una mujer silenciosa, Ella pudo ser la rosa Coronada de claveles, Reina de verdes laureles, Emperatriz generosa. A un gesto de la princesa, la doncella se acerca al fuego y lo atiza, sin dejar de escuchar. Pero con fuertes desdenes Vino Cupido a mis ojos, Para llenarme de enojos, Para arrancarme los bienes. Heridas tengo las sienes Y perdida la cabeza De saber que no es firmeza Firme alzar el sentimiento, Pues hiere mi abatimiento Y derrota mi nobleza”. Dejando de leer. Ay, qué galán tan inquieto, De cual el alma recela, Porque, con una espinela, Me da muerte, en un soneto, En un romance repleto De los halagos más caros, De los elogios más raros, De la más dulce hermosura, Pues su palabra es frescura Y hace los versos más claros. La doncella vuelve a sentarse en el taburete. Muchas veces lo repito: Con ese tono marchito Del amante moribundo, Un sentimiento profundo Puso en mi pecho el canalla, Que sabe que mi amor halla Siempre dispuesto y fecundo. Menuda carta atrevida Pudo mandar él, valiente, Siempre cortés, diligente, Para arrancarme la vida. Pausa. Volviendo a leer. “Áspero Amor ha venido A visitarme en mi lecho Para sacarme del pecho Un amor que no he vivido. Áspero Amor ha querido Que del ocaso a la aurora, Como el desgraciado llora, Venga a llorar, destronado, Que me encuentro en este estado Donde el alma no mejora. Maltratado en estas lides, Quiero del olvido el vino Y perderme en el camino De las parras y las vides. Amor, si no te decides A dar de una vez la muerte, Permite, pues, que despierte En los umbrales del sueño, Pues no eres un mal pequeño Para el que en ti se concierte”. Falto de aliento y reposo, Esta prisión me bendiga Si sólo al amor me obliga Y con amor me atormenta, Pues el amor alimenta Lo que el ánimo castiga. Y otra vez muero por verte, Y otras tantas por besarte, Que no falta el adorarte En el dolor de quererte. Es desgracia no tenerte, No poder acariciarte, Sentirte sin lacanzarte, Alcanzarte sin sentirte, Llamarte sin despedirte, Despedirte por amarte. ESCENA TERCERA: Se oyen, desde fuera, los sonidos de trompetas, que anuncian la llegada de alguien. La princesa y la doncella, con tanta premura que la carta del duque cae al suelo, se precipitan rápido hacia la ventana, tras la cual sigue ventando y lloviendo. A la doncella se la verá muy sorprendida por todo el explendor de la comitiva del duque. DONCELLA: Qué bello en su garañón Parece el duque montado, De pajes acompañado. Él es un noble varón. Y, aunque os rinde el corazón, Siempre sois con él esquiva. PRINCESA: Tú deja que más me escriba Y sus versos me dedique El bueno de don Fadrique, Y que desdenes reciba. ¿No sabes que las mujeres, Mezclando amor y desdén, Juntan el mal con el bien Para enaltenecer quereres? De entre todos los placeres Que el duque a bien me regala, Es ese amor que le cala Bien hondo hasta la costilla, El que más me maravilla, El que me llena y me halaga. DONCELLA: Y luce bien su riqueza, Su rango y su señorío, Montando con tanto brío, Demostrando su nobleza. Y con cuánta gentileza Os saluda allá a lo lejos, Entre los claros reflejos De su lustrosa armadura, Tan brillante como pura, Forjada de mil espejos. Y cuánta gente con él En solemne procesión, Acercándose al bastión Y siguiendo a su corcel. ¿No luce como un clavel Con el rayo de la aurora? Ese séquito decora Su presuntuosa presencia, Que llega sin insolencia Hasta este altar donde llora. Es un hombre poderoso, Valiente, y todo lo muda, Porque en la corte, sin duda, Es con todos generoso. Dicen que siempre afectuoso El rey lo saluda a diario, Que es sujeto extraordinario, Digno de todo respeto, Prudente, gentil, discreto, Cortés, triste y solitario. Cierran la ventana, ateridas de frío. PRINCESA: Que lo diga el despeñado Corazón cuando se advierta Que mientras triste despierta Del desdén será alcanzado. Mala rémora ha tocado Al que tanto amor escribe, Al que, en suspiros, revive, Al que muere porque espera, Si en vano se desespera Del amor que no recibe. Que lo diga el que suspira, Vencido en alma y aliento, Pues desgraciado y contento, Sufre, disfruta y delira, Goza su ruina y respira Las libertades que sueña, Postrándose ante su dueña Las intenciones más claras, Las impresiones más raras La lágrima más risueña. Yo soy infeliz y acaso Por ello soy más dichosa, O quizás vivo gozosa De morir en tan mal paso. Este fuego en que me abraso Que deja el retrato es escrito Para siempre con granito O con pórfido tan duro Que el dolor en que me apuro Se hace virtud y delito. TELÓN 2010 © José Ramón Muñiz Álvarez Todos los derechos reservados por el autor. José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta. "Las campanas de la muerte" es una obra que consta de tres poemarios: 1-. "Arqueros del alba", dedicado a su abuela materna, Dolores Menéndez López. 2-. "Ballesteros de la tarde", dedicado a la abuela paterna, Pilar Muñiz Muñiz. 3-. "Lanceros del ocaso", dedicado a uno de sus tíos: Gervasio. El poemario demuestra el extraordinario vínculo del poeta con sus abuelas, en un momento delicado: el del fallecimiento de las mismas. Es indicativo que el libro se escribiese en tres tandas, las dos últimas muy seguidas. Las partes del libro datan de diciembre de 2005 a enero de 2006, primavera verano de 2007 y enero de 2008. En este tipo de poesía se recurre a las estrofas más tradicionales, con dos únicas excepciones de verso libre. Además de un romance, las demás estrofas son silvas blancas, espinelas y, sobre todo, sonetos. |
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