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Etiquetas: candás (asturias), jose ramon muñiz alvarez José Ramón Muñiz Álvarez “LA MAÑANA EN EL MERCADO” O “EL AMANTE SIN AMORES” (JUGUETE CÓMICO-LÍRICO EN UN ACTO) ESTAMPA I Típico mercado medieval. Las gentes pululan de un lado para otro, mirando los distintos productos que se ofrecen. El decorado pinta una callejuela de un pueblo castellano, hacia el siglo XVI, y las gentes visten al uso de la época. ESCENA I Los distintos vendedores pregonan sus productos a viva voz. Aparición de un ciego con su lazarillo por el lado izquierdo, y, por el derecho, dos señoras. MERCADER: Traigo sedas del Oriente, De la tierra en los confines, Dignas de los serafines De la aurora incandescente. No es un género corriente Esta tela del Nipón, Una lejana nación Al otro lado del mundo, Donde el comercio es fecundo Y ricas las gentes son. LECHERA: Leche de cabra, señora, Siempre el mejor alimento. VENDEDOR: Vendo un formidable ungüento Que el africano atesora, La solución que mejora La salud más delicada. LECHERA: Compren, señoras, cuajada. MERCADER: Telas para las mujeres Que nos traen los mercaderes Del rincón de la alborada… ALDEANA: Buenos huevos de la aldea, Que son producto aldeano, Que el huevo es siempre más sano, Si el tiempo no lo estropea. La gallina cacarea Dentro de su gallinero. PANADERO: Tenéis aquí al panadero, Que trae sus bollos de harina. ALDEANA: Buenos huevos de gallina, Puestos con mucho salero. SEÑORA: Anda, pon media docena, Que los días de mercado Mi esposo está acostumbrado A comerlos con la cena. ALDENA: Será una docena buena, Que cene bien su marido. SEÑORA: Con media ya va servido, Que es un hombre muy frugal. ALDEANA: Pues nunca se venden mal. SEÑORA: Dime ya lo que es debido. ALDENA: Un escudo. LA OTRA SEÑORA: ¿No son caros? ALDEANA: Lo son para los avaros. SEÑORA: Pues yo pienso que lo son. MERCADER: Bellas telas del Nipón… LA OTRA SEÑORA: Vaya robo. SEÑORA: Ya te digo. ALDEANA: A comprarlos yo no obligo, Que me sobra quien los quiera. LA OTRA SEÑORA: Si quieres vender, espera… ALDEANA: Yo digo bien lo que le digo. SEÑORA: Es ladrona la aldeana Al pedirnos un ducado. PESCADOR: Salmón, trucha, buen pescado… LA OTRA SEÑORA: De engañarnos tiene gana. Yo vine la otra mañana A ver que huevos tenía Y digo que los vendía A buen precio, pero estoy Sorprendida, al ver que hoy Tenga ella tanta osadía. EL CIEGO: Perdón, señoras, soy ciego, Pido limosna a la gente. SEÑORA: Pues sí que hay que ser valiente Para pedir. LA OTRA SEÑORA: Desde luego. EL CIEGO: Si la limosna yo ruego Será por mi condición. LA OTRA SEÑORA: No tenéis de Dios perdón Con tamaño proceder. Sabemos que podéis ver. LAZARILLO: Amo, si tienen razón… EL CIEGO: Con lo mal que está la vida Sólo me resta pedir. LA OTRA SEÑORA: No os lo pienso repetir. EL CIEGO: Doy la cosa por perdida. LA OTRA SEÑORA: La que me tiene encendida Es la maldita aldeana. Viene aquí cada mañana En los días de mercado. SEÑORA: Hoy por robar se le ha dado. LA OTRA SEÑORA: Miserable soberana. SEÑORA: Si pudiera darle muerte, Juro que muerta estuviera: ¡Vender huevos como quiera, Y cobrarlos de esa suerte! LA OTRA SEÑORA: Yo misma, que estoy más fuerte, Mal los ojos le sacara, Por ser una perra avara, Una perra, una ladrona. ALDEANA: Bruja, eres mala persona, ¿Y si yo a ti te matara? SEÑORA: Y no le falta valor, Que quiere seguir el lance. EL CIEGO: Voy a cantar un romance, Menos ruidos, por favor, Porque con este fragor Nadie que quiera escucharlo Tendrá ocasión de gozarlo, Y no voy a repetir. LA OTRA SEÑORA: ¿Quién lo hubo de pedir? ¿A quién oyes demandarlo? ESCENA II Entra don Pedro, acompañado del comendador. DON PEDRO: Dichoso mal el amor, Si es que el amor es un mal, Pues su destino fatal Es de todo lo mejor. Quiere hacernos el favor El amor tan inconstante Que arranca a cualquier amante Que el amor triste profesa. COMENDADOR: El amor no me interesa. DON PEDRO: Pues es harto interesante. Nos brinda tanta alegría Como también su tristeza. Bello es cuando se tropieza Con su furia tan bravía. Negra desgracia la mía, Que la tengo por gran bien, Si el amor es un vaivén Lleno de melancolía. Que pasan tales estados Y sufren por el desdén. COMENDADOR: ¿Y os desdeña vuestra amada? DON PEDRO: Claro está que me desdeña. COMENDADOR: Vuestra mente se despeña De la nada hacia la nada. DON PEDRO: Ella es la misma alborada, Cuando sale el sol al día, Es esquiva, siempre es fría, Como la hora tan hermosa Que en el horizonte posa Su lucero y bizarría. COMENDADOR: Pues, si estáis enamorado, Será para vuestro mal, Que ese tormento fatal Hace mengua a vuestro estado. De sensato diplomado, Titulado en Alcalá, Todo el seso se os irá En ese amor que sentís. Valiente cosa decís. DON PEDRO: Y grande gracia será. En fin, como soy amante, No seré contestatario Con ese vil comentario, Que es el amor tolerante. Os absuelvo en este instante De decir blasfemia tal, Que en mi destino fatal Yo me tengo por bendito. En cambio vos de granito Parecéis, si no es cristal. ¿De la ilustre afortunada No queréis saber el nombre? COMENDADOR: ¿Será cosa que me asombre? DON PEDRO: Será cosa celebrada. COMENDADOR: La aurora será, cuajada De su luz y su belleza, Si es que vos tanta tristeza Debéis sentir por amor. DON PEDRO: Pues, sin hacerme favor, Os burláis con sutileza. COMENDADOR: Sois un hombre respetado. No tenéis necesidad De tanta pomposidad Ni veros en ese estado. No tenéis hoy concertado Vuestro ingenio de otras veces. DON PEDRO: Esas son burlas soeces. COMENDADOR: Finezas tan cortesanas No son para las mañanas. DON PEDRO: Pueden serlo algunas veces. COMENDADOR: De los dos soy el más viejo, Como viejo que soy, Este consejo que os doy Habéis de ver como espejo. DON PEDRO: No quiere el amor consejo, Que solo un bien lo alimenta, Que es ese bien que sustenta Toda su clara hermosura. COMENDADOR: Amar es una locura Que se sale de la cuenta. Están llenas las ciudades, Los pueblos, vellas y aldeas De gente cuyas peleas Asusta a las vecindades. El amor a mezquindades Conduce al hombre más bueno. Es amor puro veneno. DON PEDRO: Pues yo estoy envenado, Por verme al amor atado. COMENDADOR: Nadáis en fango y en cieno. LECHERA: Compren, señoras, cuajada. MERCADER: Telas para las mujeres Que nos traen los mercaderes Del rincón de la alborada… LECHERA: La salud más delicada Con la cuajada mejora. Leche de cabra, señora, Siempre el mejor alimento. VENDEDOR: Vendo un formidable ungüento Que el africano atesora. ESCENA III Llega doña Laurentina, acompañada de su aya. DON PEDRO: A propósito, aquí llega Esa hermosura callada, Esa flor que la nevada Vence si el aire navega. La clara flor de la Vega Luce su llama preciosa, Su fragancia, que, olorosa, Se presenta repentina Como doña Laurentina Del Castañar Finojosa. Vedla con qué gracia clara Alcanza la luz del día, Bella cual su nombradía, Dulce como se declara. Porque en su mirada avara Todo desdén es pureza, Y, si me causa tristeza La poca atención que me da, Ello no me enojará, Si es desprecio o si es dureza. Y, cada vez que la miro Pienso que fue la alborada La que corrió, acelerada, Los valles en un suspiro. Yo, que su nombre respiro, Laurentina, clara suerte, Pido en su nombre la muerte, Porque yo en ella reviva Cuando quiera herirme, esquiva, Porque mi dolor advierte. ¿No la veis, donde ha frenado Su paso, tan elegante? COMENDADOR: Ese amor es delirante, Pues estáis obsesionado. LAURENTINA: Poco pan hemos comprado, Y harán falta leche y miel. AYA: No me manchéis el mantel Otra vez, como aquel día. LAURENTINA: Y no sé si la sandía… DON PEDRO: Bella rosa en un vergel… Me parece tan hermosa Como flor en su jardín. ¿Es una rosa o un jazmín? En fin, es flor olorosa. COMENDADOR: Me parece cosa odiosa Tanta flor y tanto halago. DON PEDRO: Pero ¿no es ella aire vago De las fuentes del camino? Y me siento mortecino, Pues por ella me deshago. COMENDADOR: Esa preciosa mujer No parece la mejor Para que mostréis amor A punto de perecer, Porque, como podéis ver, Los tiempos se hacen tacaños Al amor, cuando los años Os sobran en gran medida, Cuando a ella, por mi vida, Le faltan. DON PEDRO: Extraños daños. De un amigo no esperaba Semejante tropelía. COMENDADOR: Vuestro amor es osadía. DON PEDRO: Osado el amor me hablaba. Solamente musitaba Lo que me dicta Cupido En la puerta del oído, Donde suele aconsejarme, Que no pretenda aliviarme Si fuera estoy de sentido. DON PEDRO: Parece el sol eclipsado, Si nos falta su presencia. COMENDADOR: Raros requiebros de ausencia Para un loco enamorado. DON PEDRO: Ya me imagino casado Con esa clara hermosura. COMENDADOR: El amor y la premura De la mano van unidos. DON PEDRO: Destino de los vencidos Es el que a mí me tortura. Siento tal melancolía Y tal dolor en mi pecho, Que, ya el ánimo desecho, Quiero que pase este día. Con qué dureza se enfría Esta pasión del amor, Que me llena de dolor, Porque, al ir al mercado, Ya que no la hube encontrado, Ella olvida mi favor. Dijo palabras tan bellas En aquella romería… Yo, que no la conocía, Imaginé las estrellas. Pero ya sus mil centellas Se apagaron delirantes, Que no pueden los amantes Vivir tristes y escondidos, Renunciando a los sentidos Y a sus pasiones constantes. ESCENA IV Se van el aya y Laurentina. DON PEDRO: Mi señora Laurentina, Que tanto amor en su pecho Guarda para mi derecho Cada vez que me ilumina. COMENDADOR: Tengo en el alma una espina Por saber si os corresponde, No sé si cuándo ni dónde, Ya que tanto habláis de amor. DON PEDRO: No quiere hacerlo, señor, Pues ella es hija de un conde. No está aquí el rostro amado, La mozuela impertinente Que yo cortejo valiente Y a quien mando su recado. Y no sé qué habrá prendado Mi corazón tierno y bello, Porque es corazón plebeyo Y está vedado su amor A quien, con tanto calor, Sueña abrazarla en su cuello. ¿Dónde está? ¿Se habrá partido A algún lugar alejado? ¿Es que acaso me ha olvidado? ¿Es que nunca me ha querido? Corazón inadvertido, Cómo queman los amores Que te llenan de dolores En esta prisión umbría, Llena de melancolía, De humedades y rumores. LAZARILLO: Estos ilustres señores Parecen tener dineros, Pues que visten buenos cueros Y llevan telas mejores. Sin dinero, los favores Y la dádiva mezquina No pasan de la rutina, Pero estos son rutilantes. EL CIEGO: Calla tú, no te adelantes, Que no anda quien más camina: Ricos son, estoy seguro, Y tienen buen abolengo, Pero de ellos me prevengo, Que nada dan aventuro. Mira bien, en cada apuro Debe siempre el pedigüeño Pedir al pobre, al pequeño, No al soberbio y poderoso, Que no atiende al quejumbroso, Ni aun de mucho siendo dueño. Fíjate que el que más tiene Siempre es el que menos da. LAZARILLO: Por probar… EL CIEGO: Malo será Si algo tu mano retiene. Más quiero que me envenene Una serpiente asquerosa Que esta gente poderosa, Soberbia, rancia, malvada. Son los que nunca dan nada De su prosapia orgullosa. LAZARILLO: ¿Pero no están con amores, Con pasiones y estas cosas? Aunque son cosas ociosas, ¿No somos dos trovadores? Cantemos por sus favores Y un escudo nos darán. EL CIEGO: Tanto menos. LAZARILLO: No serán Incapaces de algo darnos. EL CIEGO: Pueden acaso humillarnos. Y seguro que lo harán. LAZARILLO: Mala cosa es, mi señor: Siempre sois tan desconfiado… EL CIEGO: Yo soy un ciego avisado. LAZARILLO: Y dudo qué es lo mejor. Sería aquí un gran error No trovar para esta gente. Pienso que soy elocuente: Nos hace falta dinero Que le pague al posadero. EL CIEGO: Sigues siendo un inocente. Más usurero no existe Que el que se ve con dineros. Son como los carroñeros, Cuando la carroña asiste. Si ves a quien mejor viste Que es de lo más presumido ¿No será porque ha fingido La riqueza que no tiene? Pero si es lo que deviene En un mundo confundido. Resulta siempre eficiente Pedir al que tiene menos, Que entre los graves venenos Que desbaratan la mente, La codicia es más frecuente En quien tiene gran hacienda, En quien cobra la molienda O gobierna un señorío. Con todo ese poderío No hallarás quién los entienda. ESCENA V Se van el comendador y don Pedro. Llega un caballero vestido con larga capa negra. Los vendedores siguen pregonando sus productos. VENDEDOR: Mi ungüento es maravilloso. VINOTERO: Señores, el vino añejo, Porque, siendo el vino viejo, Es el vino más sabroso. MERCADER: Son un tesoro valioso Estas telas que aquí veis. MIELERO: Esta miel que aquí tenéis, Tan espesa como el barro, Puede quitar el catarro Y dulce es como sabéis. MERCADER: Ricas sedas del Oriente. VINOTERO: Compren el vino sabroso. MIELERO: Esta es la miel del goloso Que el oso busca, valiente. VENDEDOR: Mi ungüento cura a la gente. MIELERO: Buenas mieles del panal. MERCADER: Compren la seda oriental, Que es de gente distinguida. LECHERA: Leche, la mejor bebida. VINOTERO: Un vino fenomenal… ALDEANA: Buenos huevos de la aldea, Que son producto aldeano, Que el huevo es siempre más sano, Si el tiempo no lo estropea. La gallina cacarea Dentro de su gallinero. PANADERO: Tenéis aquí al panadero, Que trae sus bollos de harina. ALDEANA: Buenos huevos de gallina, Puestos con mucho salero. MERCADER: Ricas sedas del Oriente. VINOTERO: Compren el vino sabroso. MIELERO: Esta es la miel del goloso Que el oso busca, valiente. VENDEDOR: Mi ungüento cura a la gente. MIELERO: Buenas mieles del panal. MERCADER: Compren la seda oriental, Que es de gente distinguida. LECHERA: Leche, la mejor bebida. VINOTERO: Un vino fenomenal… ALDEANA: La docena es un ducado, Que está muy cara la vida. CABALLERO: Esta está loca perdida. ALDEANA: Yo no quiero otro altercado. CABALLERO: Pero es pedir demasiado Por los huevos que decís. ALDEANA: Pues si algo más no pedís, Los huevos por un ducado. CABALLERO: Es un robo descarado Pedir tanto. SEÑORA: Bien decís. ALDEANA: Pues, sin faltar al recato, Aunque sois de la nobleza, Os digo, sin aspereza, Que no hay precio más barato. Un ducado vale el trato, Si es que los queréis llevar. CABALLERO: Insisto esto es robar A la gente del mercado. SEÑORA: Es un robo. LA OTRA SEÑORA: Está cantado Que nadie los va a comprar. MERCADER: Traigo sedas del Oriente, De la tierra en los confines, Dignas de los serafines De la aurora incandescente. No es un género corriente Esta tela del Nipón, Una lejana nación Al otro lado del mundo, Donde el comercio es fecundo Y ricas las gentes son. LECHERA: Leche de cabra, señora, Siempre el mejor alimento. VENDEDOR: Vendo un formidable ungüento Que el africano atesora, La solución que mejora La salud más delicada. LECHERA: Compren, señoras, cuajada. MERCADER: Telas para las mujeres Que nos traen los mercaderes Del rincón de la alborada… CAMPESINO: Traigo setas, champiñones. MIELERO: La miel que le gusta al oso. VINOTERO: Compren el licor goloso. MERCADER: Telas de extrañas naciones. PASTOR: De la sierra los jamones Siempre tienen el mayor salero. PANADERO: Tenéis aquí al panadero, Que trae sus bollos de harina. ALDEANA: Buenos huevos de gallina Que traigo del galinero. Estas sedas orientales Los altos príncipes lucen, Y con púrpura relucen Los más altos cardenales. MIELERO: Compren miel de los panales, La mejor de estas regiones. CAMPESINO: Traigo setas, champiñones, Buenas manzanas sabrosas. MIELERO: Miel de abejas laboriosas. PASTOR: Buenos chorizos, jamones. ESTAMPA II Vieja posada. Las gentes están sentadas en sus distintas mesas, comen y beben. Un mozo sirve las mesas, según instrucciones del mesonero. ESCENA I Desde la calle llega el rumor de los pregoneros, unido al bullicio y la bullanga del mesón. ALDEANA: Señoras, de la gallina, Huevos frescos con esmero. PANADERO: Tenéis aquí al panadero, Que trae sus bollos de harina. PASTOR: Desde la sierra vecina, Os traigo yo tantas cosas. MIELERO: Miel de abejas laboriosas. MERCADER: Telas de extrañas naciones. CAMPESINO: Traigo setas, champiñones, Buenas manzanas sabrosas. MESONERO: Hoy no irá mal la comida Que el negocio bien se ofrece. MARCELINO: Cuántas almas. MESONERO: Me parece Que la gente está servida. MESONERA: Tengo la sopa codida Lista y al fuego el cordero. MESONERO: Soy el mejor mesonero Que conocen estas tierras. MESONERO: En eso sí que no yerras. MESONERO: Si lo digo, así lo espero. MIELERO: Miel de abejas laboriosas. MERCADER: Telas de extrañas naciones. CAMPESINO: Traigo setas, champiñones, Buenas manzanas sabrosas. PASTOR: Os traigo yo tantas cosas, Desde la sierra vecina. ALDEANA: Señoras, de la gallina, Huevos frescos con esmero. PANADERO: Tenéis aquí al panadero, Que trae sus bollos de harina. Mientras beben, conversan dos soldados con las ropas raídas. SOLDADO I: Es miserable este estado, Tanto como se habla de guerra. SOLDADO II: La guerra con Inglaterra, Pero no nos han llamado. SOLDADO I: Ya no tengo yo un ducado Para llenar los bolsillos. SOLDADO II: Y el mundo está lleno de pillos Y pícaros sin vergüenza. SOLDADO I: Para que más te convenza, No es cosa para chiquillos. Mercenario soy, amigo. No me importa la nación, Tampoco la religión Y de nadie soy testigo. Pero todo esto que digo Lo digo con sentimiento, Porque el pueblo vive hambriento Y hambriento vivo también. SOLDADO II: Dicen que ojos que no ven… SOLDADO I: Pero en la tripa lo siento. SOLDADO I: Trabajar como asesino Puede ser la solución. SOLDADO II: No te ciegue la pasión, Que tomas un mal camino. SOLDADO I: Por el hambre mortecino No sé ya qué va a importarme. SOLDADO II: No quisiera yo mirarme En una cárcel metido. SOLDADO I: El estómago vencido Puede a ese trance llevarme. SOLDADO II: Una plaza de alguacil No es mal invento, por cierto. SOLDADO I: Todo me parece incierto, Será que ya estoy senil. SOLDADO II: Pues en las tierras del Sil Tiene mi primo lugar. SOLDADO I: ¿Y quién querrá contratar A dos viejos carcamales? ¿Autoridades locales Que no nos podrán pagar? No hay manera de vivir En este cochino mundo. Ni el buen Felipe Segundo Lo pudierea conseguir. La gente quiere vivir Y se encuentra miserable. SOLDADO II: No me parece admirable No buscar la solución. SOLDADO I: Pues pido entonces perdón Por ver la verdad palpable. MERCADER: Traigo sedas del Oriente, De la tierra en los confines, Dignas de los serafines De la aurora incandescente. No es un género corriente Esta tela del Nipón, Una lejana nación Al otro lado del mundo, Donde el comercio es fecundo Y ricas las gentes son. ESCENA II Entrada del ciego y del lazarillo. MESONERO: Bien sabré yo acomodar A sus pacientes mercedes. EL CIEGO: Ayúdame tú, que puedes. MESONERO: ¿Qué es lo que quieren yantar? EL CIEGO: Un buen cabrón del lugar, Del lagar el mejor vino. EL MESONERO: Sirve aquí ya Marcelino, Que traen hambre los señores. Dales los buenos licores, Porque nunca sobra el vino. Les empiezan a servir. EL CIEGO: Mudaremos a ciudades Donde la gente corriente Pueda ser condescendiente Con nuestras necesidades. LAZARILLO: Hoy, con tantas necedades Que se escuchan he pensado Que alejarse a otro poblado Es lo más lógico y bueno. EL CIEGO: Están llenos de veneno. ¿No ves como me han tratado? EL CIEGO: Este es buen alojamiento Para poder pernoctar. EL LAZARILLO: Con eso de no cantar, Mi señor, no estoy contento. Consumimos alimento Que bien no nos merecemos. EL CIEGO: Pero el caso es que comemos, Y es preciso alimentarse. No es caso de acobardarse. LAZARILLO: ¿Pero cómo pagaremos? EL CIEGO: Me estás poniendo nervioso. LAZARILLO: Y el yantar va encareciendo, Que el vino que estáis bebiendo No es regalo dadivoso. EL CIEGO: Tente quieto tú, mocoso, Que ya nos mira el ventero. LAZARILLO: El maldito mesonero Nos hará ver las prisiones. Cantemos unas canciones Y paguemos el dinero. Un romance puede acaso Sacarnos de aqueste lance. EL CIEGO: Valiente cosa un romance. LAZARILLO: Pues el dinero anda escaso. EL CIEGO: Sé paciente, paso a paso, Que sé yo lo que hay que hacer. MESONERO: ¿Más vino para beber? EL CIEGO: Más vino para este ciego, Que con tanto vino llego A pensar que ver pudiera. MESONERO: Lo traerá la mesonera En un momento. Hasta luego. LAZARILLO: En su mirada esa flecha Parece ya desconfianza, Que me quita la templanza Saber que el hombre sospecha. Y este miedo me despecha, Que no hay ya para pagar. EL CIEGO: Si tenemos que cantar, Será cuando estén bebidos Todos los aquí venidos, Que el vino les hará dar. Cuando se dice goloso Que el vino es un dios valiente, No olvides lo que la gente Habla con juicio valioso: Si es el vino generoso, Es la gente dadivosa, Porque la hace generosa El buen vino dadivoso. LAZARILLO: Con este tono gracioso, Otra jarra es poca cosa… EL CIEGO: A hora nos traerán más vino. Y si te quieres fijar Tienes en este lugar Un ambiente peregrino. Cada cual por su camino Como quiere se emborracha, Otro busca a una muchacha, El mesonero es abierto…, Hay humor y buen concierto, Y eso es la gente sin tacha. Esta gente, buen ahijado, Esta gente es la que paga. Con una canción que se haga, El bolso se habrá llenado. La escasez se ha terminado, Que donde se gasta en vino Hay dinero, suerte, tino, Rara bonanza y contento, Que no es el vino alimento Del usurero mezquino. LAZARILLO: Pues pensemos en cantar. Porque el repertorio es bueno, Y hay que tenerse sereno Para poderlo mostrar. EL CIEGO: El vino puede inspirar Más que el más sereno aliento. LAZARILLO: Cantar ebrio es muy violento. EL CIEGO: Así se debe cantar. No me quieras contrariar Contándome un nuevo invento. Siguen bebiendo vino. ESCENA III Entrada de don Pedro y del comendador. COMENDADOR: Olvidemos el amor, Que ya es hora de comer. MESONERO: ¿Buen vino para beber? COMENDADOR: Una jarra, por favor. Sentiremos el sopor Que nos deja la bebida, Claro placer de la vida Para olvido de las penas. MESONERO: Que vivan las tripas llenas, Y viene el vino enseguida. Marcelino sirve el vino al ciego y al lazarillo. Marcelino, trae más vino Que a esta gente es menester. DON PEDRO: Sólo quisiera saber, Aunque no soy adivino, Qué me depara el destino, Viviendo en esta amargura. COMENDADOR: El que el buen vino apura No siente tales dolores. DON PEDRO: Pero yo muero de amores, Que es simpática locura. Y qué raro es el contento Que el poso de amor nos deja, Arruyándonos la oreja Con tan hondo sentimiento, Que hasta el mismo firmamento Se enamora en primavera. MESONERO: No sé que dijo. DON PEDRO: No espera El amor raras pasiones, Con todas sus devociones. COMENDADOR: Es que el pobre está en la higuera. ALDEANA: Buenos huevos de la aldea, Que son producto aldeano, Que el huevo es siempre más sano, Si el tiempo no lo estropea. La gallina cacarea Dentro de su gallinero. DON PEDRO: Ese bicho pendenciero Me marea con sus gritos, Y, si nos traen huevos fritos, Les diré que no los quiero. Pausa. Un hondo suspiro de don Pedro. Si, servidor del amor, Pues es todo un menester El amar a una mujer Y servirla con honor, Yo quiero hacerlo mejor, Ya que el amor es mi vicio. Que es el amor duro oficio Para quien, con pecho amante, En su dolor delirante Se presenta en sacrificio. Llega el mesonero a servir. MESONERO: Buena comida, señores, Es esta que aquí tenemos: Primero les serviremos Estos sabrosos licores. El vino es de los mejores, Y vendrá el cabrito luego, Que de momento en el fuego Se está asando lentamente. Que aproveche, buena gente, Sigo a lo mío. Hasta luego. COMENDADOR: Tiene todo buena pinta, Y huele el tinto muy bien. Siempre es mejor que nos den Alguna cosa indistinta. DON PEDRO: Serviremos una pinta De este vino que se espuma Como el amor que rezuma Su color y su belleza. COMENDADOR: Ahora habláis con sutileza. ¿Dónde he dejado mi pluma? Quiero, pues me he enamorado, Hacer en verso una carta, Aunque la tierra se parta Y quiebre entero el ducado. La carta la habré mandado Esta tarde a mi señora, Que, aunque ella es la misma aurora, Si pierde luz, a la tarde, No la dejará cobarde, Pues ella luz atesora. COMENDADOR: Primero será el comer Que el ejercicio del verso, Que me parece perverso Escribir y no beber. Yo me comprometo a hacer, Si en esto me hicieseis caso, Que llegue la carta, acaso, A vuestra bella doncella. DON PEDRO: ¿Le llevaréis mi querella? COMENDADOR: Vos comed, y paso a paso. DON PEDRO: Dadme ese vino famoso, Puesto que hay que celebrar Que se empieza a iluminar Ese cielo antes nuboso. Que venga al ánimo hermoso Con su gusto y su sabor Por celebrar el favor En el poso de una jarra. Tengo en casa la guitarra Para hacer himnos de amor. TELÓN. 2009 © José Ramón Muñiz Álvarez Todos los derechos reservados por el autor. José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta. |
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