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Etiquetas: jose ramon muñiz alvarez, candás Visite http://jrma1987.blogspot.com No pudo ser más bella la mañana detrás de aquellas sierrasimpetuosas que alzaban sus calizas con orgullo. El sol corrió el extensofirmamento, forjando, con su paso, los colores del alba perezosa, entre lasnubes. Y pronto las bandadas de estorninos corrieron esos cielos apagados quequieren los otoños caprichosos. El aire siempre fresco de diciembre buscabaentre las ramas de los árboles las hojas esparcidas por el suelo. –¿No dices que la caza es abundante?–, les dijo con untono de reproche, llevándose el cigarro hacia los labios–. Ni un pájaro malditose ha movido, y entre las hojarascas no se escucha ni el canto del gorrión másmiserable. Los otros lo miraron con desprecio, sabiendo que es costumbre poco digna culpar a los demás, sihay poca caza. –Perder aquí el domingo como un tonto–, de nuevo murmuró,con gesto amargo, mostrando el mal humor en la mirada. Aquel paisaje virgen era un reino cuajado de pureza yalejado del ruido de los nuevos rascacielos. La escarcha que reinaba por losprados prestaba sus espejos a las llamas del sol que dibujaba el alba bella. Laaurora se esparcía majestuosa, luchando con los negros nubarrones que avisancon un eco amenazante. El agua del arroyo, fresca y fría, quizás daba a sucurso menos rienda, tras tardes de granizos y nevadas. –Si quieres irte ya, no sé a qué esperas–, le dijo uncompañero con un gesto de burla y de ironía, al escucharle–. Te vas en coche yay ves el partido, si no es que tomas unas cañas antes en uno de esos bares detu barrio. El otro se hizo el sordo, contemplando lo largo del cañónde su escopeta, con un aire elegante y presuntuoso. –¿No dices que te vas?–, dijo pinchando, tras ver que esesilencio era evasiva, pues no logró picarle el comentario. El aire cristalino de la helada llenaba de bellezaaquellos bosques dejados al olvido y al silencio. El viento acariciaba cadaencina, los robles murmuraban silenciosos y el canto del arroyo se aquietaba.Tal vez algunas ocas despistadas nadaban en las aguas de la charca de un claroguarecido entre malezas. Las zarzas del espeso sotobosque solían ocultarlas,protegiéndolas, de los raposos viles al acecho. No pudo ser más bella la mañana detrás de aquellas sierrasimpetuosas que alzaban sus calizas con orgullo. 2011 © José Ramón Muñiz Álvarez |
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