¿Qué?
Que se escribe con tintura de barro
en lienzos de cartón
y luego lo llaman sublime y dorado
una obra maestra de latón.
¿Qué?
Que siembran llamaradas en un pantanal
y luego lo alaban como si fuera algo divino o celestial
y no queda después sino espejos derretidos
en donde se resquebraja un pasado dormido.
¿Qué?
Que chapotear en un mar de espinos
y corretear en una llanura de pedregal
y cuando se refrescan con el néctar vinotinto
de sus heridas
dicen que es algo que solo con un soplo de suspiro
se puede admirar.
¿Qué?
Que círculos pequeñitos, fundidos en cristal
son los señalizadores de tu recorrido,
para que subas por escaleras carcomidas,
para que ese tesoro escondido,
no lo llegues a alcanzar
pero si te das cuenta
ese tesoro está en colores musicales
y en olores acrisolados
en un jardín dorado de agua, azucar y sal.
¿Qué?
Que hay miradas de piedras,
corazones de hojarascas y almas de papel;
pero también hay piedras valiosas y sinceras
que derraman su aceitunada palabra solariega,
con un fragante y lumínico pincel.
¿Qué?
¿Qué donde quedaron las pisadas derrumbadas
y sepultadas en una muralla de excusas
y de elegancia
teñidas de voces secas y con frías añoranzas?
Quizás en un huerto de recuerdos y pensamientos
que hay que cubrir con hojas de perla, de oro y de plata.
¿Qué?
Que hay presencias y apariencias,
esencias y vivencias,
todo un conglomerado y una mezcla cifrada;
y aún así laten sueños distanciados,
que destilan cada uno en su faz interna,
una columna de palpitaciones y esperanzas.
Mientras otros se aferran a sus columnas
de humo, que se derriten ante el soplo
de cualquier circunstancia.
En este mundo tan extraño y controvertido
hay que brillar con un brillo sobrio,
y ser un manantial vivo,
que genere sus propias corrientes,
porque sino te arrastran a ti al hoyo,
y te dejan solo y hundido.
Autor: Joel Fariñez