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Etiquetas: juan-josé reyes ríos, amor romántico (4) Se retira el enemigo por campos austeros, el aire festivo lo invade todo: ciudades, estadios, santuarios, riberas, horizontes y cielos. Ahora la mirada multitudinaria brilla de contento. Espada, hacha de combate, escudo, lanza, arcos y flechas ya no atraviesan el aire, ni despiden fulgores como en los belicosos momentos. Sopla el viento hacia la costa, avanza el día, se ilumina el espléndido santuario de los dioses, el bosque se hace pleno de misterio, regresan las naves, los aurigas... la atmósfera de los serenos tiempos. Arde de amor un tallo aéreo en su locura de entrelazamiento. Resiste la mar los embates de la época, el asalto, y desde la distancia llega un eco, cuya noble frente presagia calma, sosiego, el discurso alado, el himno; mientras busca apoyo la marmórea estatua en el canto del ruiseñor que jovial y halagüeño la saluda. Levanta el vuelo la arpía y se yerguen cabezas de aliento. Algo invisible renace, se alza extraño furor, se escancia vino en copas de doble cuenco (ambos sirven de recipiente y pie) y la palabra vuela preñada de luz, de música y del espíritu de un pueblo. Los héroes son aclamados por la asamblea del pueblo. Algo revive, alumbra el canto, el drama... las proezas en el discurso bello. Bajo un nuevo cielo huyen las tinieblas y nace una orquesta de instrumentos de viento. (5) De esos resplandores dorados, derramando libaciones sobre una tumba, surgiste radiante cual estrella cálida que esparciera sueños de hermosura. Ya no es más frío el triste túmulo que fogosos tus desgarradores trenos. Ahora busca tu virtud la tierra de los recuerdos, y no te regocijan los aires festivos, ni la noche, con sus rudas manos, llena de serenidad la íntima región por donde deambula luminosa tu belleza. Los dioses acogen tus elevados sentimientos y, de noche, las antorchas dan señales que acercan la traza de los muertos. El amor hacia tus dos hijos debe prevalecer a la natural aflicción y al desmoronamiento. La belleza de la flor no muere en tu entendimiento, sino que abre caminos de luz que ahuyentan el desasosiego. Mueve tus manos, impulsa tu espíritu y que la esperanza alimente tu pecho. ¡Y termina ese manuscrito que es canto por dentro! (6) La flor amarilla, el tallo verde, la mata, el arbusto, el árbol frondoso, la mariposa veteada, la blanca silla, el jardín, el trozo de cielo, la mar, los barcos, el sol abrasador, la contemplación de la llanura azulina del mar, tu silueta femenil henchida de belleza; todo penetra en mis adentros, desbordando la obstinada envoltura, ensanchando mi corazón, abriendo horizontes como constelaciones de espíritu y virtud. No, no me he extraviado, ni busco con la vista sino con los ojos del espíritu, lejos del bullicio y de exteriores tempestades, mas rozando la indigencia del pobre, al que ya no se le ofrecen racimos cual nutrientes cantos de pájaro. Tú, mortal del siglo veintiuno, es necesario que abandones la guerra, y fundes templos del espíritu con la palabra que entra en conocimiento. La flor amarilla, el tallo verde, la mata, el arbusto, el árbol frondoso... ¿qué son sino signos de reconocimiento de un mundo próximo que sustenta nuestras angustias y desvelos? Extracto del libro: "Luz de los ojos" Juan-José Reyes Ríos web: http://www.galeon.com/jjreyesrios |
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