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Estás en: Poetas noveles

Teatro Candás "Martinillos y el sirviente"-José Ramón Muñiz

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Enviado (23/09/2011)Enviado porhttp://jrma1987.blogspot.com-

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José Ramón Muñiz Álvarez
“MARTINILLOS Y EL SIRVIENTE” O “EL BARÓN SIN UN DUCADO”
(JUGUETE CÓMICO-LÍRICO)
ESTAMPA ÚNICA

Palacio de don Jimeno, caballero pobre y sin dineros.

ESCENA I

Don Jimeno solo en su aposento.

DON JIMENO: ¡Quién no admirara el lucero
Que mostrara en la mirada
Una dama enamorada
De un gallardo caballero!
No es menester el dinero
Para quien no necesita,
Y, si acaso solicita
Los favores del amor,
Fingiendo un triste dolor,
Es que entre el oro se agita.
¡Dichoso el que tiene bienes
Y desconoce el apuro,
Pues en mar nada seguro,
Lamentando altos desdenes!
Y, aunque me den parabienes,
No he de sentirme dichoso
Con ponerme melindroso
Por estar enamorado,
Lujo del afortunado,
Que es del amor codicioso.
No es el desdén un granito
Que al amante martirice,
Sino que eso es lo que el dice,
La voz alzada en un grito.
En cambio yo necesito
Más dinero que otra cosa,
Pues la ternura amorosa
De quien pena por penar
No me va a solucionar
Situación tan desastrosa.
Malo es pagar alquileres,
Malo es pagar alimentos,
Malo es pasar los momentos
Sin un cargo ni quehaceres.
¡Dichoso el que a las mujeres
Les canta clara poesía,
Pues ignora, cada día,
Esta vil necesidad.
No es amor ociosidad,
Sino vicio en demasía.
Por eso siento que digo
Cosas de un alto provecho
Para los que amor el pecho
Hiere, pero no el ombligo.
Y con esto a nadie obligo
A que rechace el amor,
Pero yo quiero mejor
Disfrutar buenos dineros
Que lamentos plañideros
De un no sentido dolor.

ESCENA II

Entra el sirviente.

SIRVIENTE: Dónde hallar buenos jamones,
Dónde hallar buenos chorizos,
Los vinos antojadizos,
Los sabrosos salpicones…
Otros quieren corazones,
Sentimientos y suspiros,
Pero yo combato a tiros
Esta terrible pobreza,
Que no sabe la nobleza
De estos austeros retiros.
Mala compra, mi señor,
Que están los precios muy caros.
DON JIMENO: Los comerciantes avaros
Nos hacen así un gran favor.
No sientas, pues, gran dolor,
Como huyendo de pavores,
Que las cenas son mejores
Si son ligeras y escasas.
SIRVIENTE: Se come en las otras casas.
DON JIMENO: Ya vendrán tiempos mejores…
Mira bien que la comida
Que el goloso en abundancia
Disfruta, aunque sepa rancia
No es sana ni bienvenida.
SIRVIENTE: Pero no es entretenida
Si se come aire con nada.
Quiero pan con mermelada,
Nata y flan, dulces sabrosos,
Torreznos gratos, gozosos,
Quesos y leche, cuajada.
Vivir sin comer no es bueno,
Porque vivir sin yantar
No es el cuerpo alimentar.
DON JIMENO: ¿Es bueno acostarse lleno?
Piensa que el dulce veneno
Que dices tú que es comida
Es lo que acorta la vida.
Porque con tanto comer
Muchos han de perecer
Antes de la amanecida.
SIRVINTE: ¿No come el rey mil manjares
Que su médico le indica?
DON JIMENO: Oye al cura, que predica
Del púlpito en los altares.
Siempre a fieles y seglares
Les dice que la prudencia
Es en esto mejor ciencia
Que el médico más experto.
SIRVIENTE: Dígalo quien no este muerto
Por el hambre y la impaciencia.

Don Jimeno se va.

ESCENA III

SIRVIENTE: Rara cosa es la que exclamo
Cuando escucho el razonar
De quien acaba de hablar,
Señor, pues que es así mi amo.
Y a veces versos declamo
Para el hambre que he sentido
Dejar feliz al olvido,
Ya que con viejas canciones
Se olvidan estas pasiones
Del hambre a quien le ha mordido.

Cantando los versos que siguen.

Deja que el alba despierte
Cada mañana el labriego,
Bostezando con sosiego,
Mientras la aurora se vierte,
Y, ya que la luz advierte
El pastor en la majada,
Cuando la alborada
Llega luciente,
Bebe el agua fresca
Que da la fuente.
Nace con gran bizarría
El bostezo soberano
De un sol bello que, temprano,
Se asoma con alegría,
Y, pues la villa sombría
Se despierta con la helada,
Cuando la alborada
Deja el reflejo,
Visten los arroyos
El oro viejo.
Luce el sol sus galas bellas
Y corona su destello
Sobre ese valle que bello
Oye de amor las querellas.
Y, si se van las estrellas
Que reposan en la nada,
Cuando la alborada
Bebe en la orilla,
Cantan los riachuelos
Su seguidilla.
Rompe con su colorido
La llamarada del día
La noche triste y sombría
Sobre en villorrio dormido.
Y, si el hielo ha derretido
Tras una larga invernada,
Cuando la alborada
Llega ligera,
Cantan las torcaces
La primavera.

ESCENA IV

Llega Martinillos, quien, desde la ventana abierta, habla con el sirviente.

MARTINILLOS: Cantando todos los días
He de encontrarte a estas horas.
SIRVIENTE: Es que todas las auroras
Sienten mis melancolías.
MARTINILLOS: No me dirás que sentías
Amores inoportunos.
SIRVIENTE: Sentía raros ayunos,
Hambre feroz en mi vientre,
Ansiedad, dolor paciente,
Falta de mil desayunos.
Porque el hambre alivia el canto,
Y pues famélico vivo,
Si el pan se me vuelve esquivo,
De canciones me atraganto.
Pasar hambre no es espanto
Si espanto el aburrimento.
MARTINILLOS: Búscate un amo más bueno,
Que ese mezquino es veneno.
SIRVIENTE: El hombre no es poco amable,
Pero todos miserable
Llaman siempre a don Jimeno.
MARTINILLOS: No me falta a mi alimento
Con el amo al que servido,
Pero me tiene aburrido
Con su amor y descontento.
Vive de amores sediento,
Suspira por una dama
Y raros versos declama
Que dice muy bien medidos.
SIRVIENTE: ¿Dónde dices que has podido
Hallar alimento y cama?
Porque, por un amo así,
A gusto cambio yo al mío,
Que el hambre que paso y frío
Son cosa que mal sufrí.
Dime dónde, dime, sí,
Dónde se hallan, Martinillos,
Que son acaso sencillos
De arreglar tantos problemas.
MARTINILLOS: Ya te lo digo, no temas:
En todos los mercadillos.
Pero antes debo advertirte
Que son amos muy pesados:
Siempre están enamorados
Y mal habrán de aburrirte.
SIRVIENTE: Sólo quisiera decirte
Que un amo de esa manera,
Como estoy, yo lo tuviera
Por alegre devoción.
Déjalo con su canción,
Con su amor y larga espera.

Se va Martinillos.

ESCENA V

Queda el sirviente pensativo.

SIRVIENTE: Razón tiene Martinillos,
Que no es este un amo bueno,
Avaro como el veneno,
Con sus modales sencillos.
Otros, con mayores brillos
Pasan hambre, bien lo sé,
Mas, aun así, no se ve
Qué interés tiene el señor
Para quien, por su favor,
Pierde cuanto se le dé.

Pausa. Volviendo a cantar.

Busca, pura, con el día,
El aire fresco y callado,
La aurora, blanco bordado,
Con su mano clara y fría.
Y, pues con melancolía
Enciende su llamarada,
Cuando la alborada
Llega luciente,
Bebe el agua fresca
Que da la fuente.
Corre los aires temprano,
Desde que la primavera
Busca la luz más ligera,
El amanecer lozano.
Y, pues el tardo verano
La ve rendida y dejada,
Cuando la alborada
Deja el reflejo,
Visten los arroyos
El oro viejo.
Duerme sereno en el cielo,
Calma los mares constante,
Toma un tono delirante
Y despliega su alto vuelo.
Y, pues enseña su vuelo
Sobre el puerto y la ensenada,
Cuando la alborada
Bebe en la orilla,
Cantan los riachuelos
Su seguidilla.
Llega temprana y valiente
La luz dada de su mano,
Que el sol que viene temprano
Es brillante y más ardiente.
Y, pues alegra a la gente
Con su fuerte llamarada,
Cuando la alborada
Llega ligera,
Cantan las torcaces
La primavera.


2008 © José Ramón Muñiz Álvarez
Todos los derechos reservados por el autor.

José Ramón Muñiz Álvarez
(Breve reseña)

José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispanica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía. Es autor de varios libros, de los cuales ya ha dado a conocer "Las campanas de la muerte", aunque en una tirada modesta.
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